Política
Un país “borracho de asistencialismo”
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“Nuestro país está borracho de asistencialismo y no puede seguir así. La ayuda social permanente es una ayuda que daña, amputa el espíritu. Permanentemente te hace creer que vos no valés, que tu vida tiene que ser ir a buscar algo a fin de mes, y que jamás vas a poder terminar la secundaria, anhelar, soñar, concretar objetivos”.
Estas palabras fueron expresadas por Gastón Vigo ante las cámaras de LN+ en una entrevista con Hugo Macchiavelli. Vigo conduce la ONG Akamasoa en Argentina (Lima, Buenos Aires), un movimiento solidario y una comunidad fundada en 1989 en Madagascar por el padre Pedro Opeka, que busca ayudar a las personas en situación de pobreza extrema a salir de ella a través del trabajo, la educación y la disciplina, sin recurrir al asistencialismo.
“Nosotros tenemos 7 hectáreas y hay 4 cosas que son innegociables. Urbanizar dignamente, educar desde los 45 días hasta si es posible la universidad, atención primaria de salud y ver qué puede generar trabajo”.
Obviamente, Vigo ha sido mas explícito y no está hablando de eliminar la ayuda social en el país, sino de ayudar a los que quieran entender y cambiar de visión.
También he oído -en otro escenario- al doctor López Rosetti citando a Carol Lewis (‘Crónicas de Narnia’) expresando que una persona no puede volver atrás y cambiar el principio, pero sí puede decidir cambiar el final. “Es enormemente esperanzador que desde donde estás, podés cambiar el final y mientras tanto estás cambiando el día a día. Hay que vivir el mientras tanto. Si empezás hoy, hay un montón de ‘mientras tanto para vivir y modificar”.
Por cierto, la frase “amputa el espíritu” es fuerte, pero apunta a una verdad incómoda: cuando la asistencia se vuelve estructural y no transitoria, puede instalar una dependencia psicológica, una pérdida de autoestima y de horizonte. No sólo condiciona la economía doméstica, sino la percepción del propio valor.
En ese sentido, los objetivos de Vigo y el padre Opeka, no van necesariamente contra la ayuda en sí -que es imprescindible en un país desigual-, sino contra su perpetuación como política de supervivencia, en lugar de un puente hacia la autonomía. Una perpetuación que no es casual sino resultado de un ‘exitoso plan’ para someter a necesidad a todo un pueblo y erigirse en líder indispensable, sostenido por el miedo de los humildes a perder las dádivas que los mantienen precariamente a salvo.
En esta entrevista Vigo también apeló a un efecto simbólico: el asistido que “va a buscar algo a fin de mes” queda atrapado en una rutina que reemplaza la noción de progreso por la espera. Se erosiona el sentido del esfuerzo y del mérito, y el Estado pasa a ocupar el lugar del destino.
Aun así, el tema tiene doble filo: sin una red de contención, muchos caerían en la indigencia; pero cuando esa red se convierte en techo, deja de ser herramienta de inclusión. La pregunta de fondo sería cómo transformar la asistencia en impulso, y no en refugio.

