Economía y sociedad
No hay discurso que recupere la confianza perdida
¡Otra vez en un final de crisis! ¿O su comienzo? Mientras tanto, se siguen superponiendo teorías sobre el desarrollo económico con inclusión social, donde teorizan con fruición y pasión los que creen que primero hay que repartir porque la necesidad apura, y luego ver cómo acumular, y los que consideran que se debe invertir la carga, es decir, antes del reparto asegurarse de llenar la canasta entre todos los que producen y luego no repartir más de lo que en ella hay. Ambas partes se declaran siempre dispuestas al debate, viéndolo como oportunidad para predicarle al otro sin escucharlo.
Lo que no se ve en Argentina son foros de transparencia donde nuestros políticos se reúnan a debatir con honestidad sobre algunos temas centrales, comenzando por hacerse preguntas tipo ¿en qué hemos fallado?, ¿cuánto estamos dispuestos a ceder cada uno?, ¿estamos listos para dejar de lado el relato y sincerarnos? Mientras eso no suceda, seguiremos viviendo el hartante reparto de culpas. Deberían saber que los argentinos estamos empachados de discursos donde al final de cada párrafo se nombra a algún presunto culpable y nadie hace un mea culpa, como deberían hacerlo todas las instituciones, incluidos los medios de comunicación.
Hablemos de “la casta”, concepto que Milei tiene como bandera de campaña y sin embargo lo incluye a él, porque lucha por formar parte de ella e incluso ya incorporó a su perfil ciertos caracteres hereditarios de esa progenie social y cultural. Aunque quiera ponerla enfrente, mientras siga mostrándose empático y amistoso con los gordos de los sindicatos (abanderados de la casta) pertenecerá a la especie.
Ahora bien, la casta debería asumir el famoso “espíritu de cuerpo”, ya no para abroquelarse como lo hacen las Fuerzas Armadas sino para asumir culpabilidad. En este caso sería para asumir las culpas corporativamente, incluso en solidaridad, por estar en el mismo lodo del que hay que salir para no perecer. En lugar del viejo apotegma “los malos son los otros”, hablar de “nosotros” los que trajimos al país hasta este precipicio, luego pensar soluciones. Algunos tendrán en esto más responsabilidad que otros, pero cuando hay conciencia de culpa grupal y voluntad de corregir, las responsabilidades se nivelan incluyendo a todos, desde los que pasaron por la presidencia de la nación hasta el vocal de una junta y el último despreciable ñoqui que cobra un sueldo como premio a su militancia y sin obligaciones de trabajo, o la jueza Figueroa que se negó a jubilarse para seguir mordiendo 3,7 palos limpios al mes, con 75 años de edad.
Unos se equivocaron de buena fe, otros se aprovecharon del poder conferido por el pueblo, otros robaron escandalosamente o algo menos, otros “facturaron” siendo útiles para nada, otros fueron honestos, sufrieron y trabajaron por puras ganas de que el país o sus comunas tuvieran la grandeza tan declamada y rara vez alcanzada, pero, según lo entiende el pueblo, voz de Dios, todos son igualmente responsables. Lo demuestran las encuestas, incluida la más reciente de El Cronista, que duele.
Si, duele, porque solo 6,3 de cada 100 personas confían en los partidos políticos y el 13,3% en el gobierno nacional. La institución en que más confían los ciudadanos son las Fuerzas Armadas con el 23,33%, con menos desgaste por mantenerse fuera de todos los debates.
Es una pena, si, que los argentinos hayamos sido arrastrados hasta semejante nivel de descreimiento, porque ni en la institución iglesia confiamos (12,8%), ni en los medios de comunicación (8,3%), y dolorosamente... ni en la justicia (12,3%). Puesto a la inversa, el 71,3% de los argentinos desconfía de los sindicatos y solo el 8,3% les da crédito.
Deberíamos preocuparnos todos los que representamos esas instituciones y hacer algo para cambiar, porque vivir sin creer es desolador y porque sin partidos políticos no hay democracia, sin democracia (no autoritaria) no hay república, sin república no hay Estado de Derecho. Basta con decirle a quien no cree en la democracia, que se tome un tiempo para averiguar qué tal se vive y se sufre en países como Nicaragua, Corea del Norte, o cualquiera de las 32 naciones del mundo que hoy viven bajo regímenes dictatoriales.