Hablemos del polémico dióxido de cloro, ¿por qué no?
Luis Jacobi (*)
Por estos días cuando parece ser que la sociedad está ansiosa por hallar alguna medicina alternativa para protegerse del SarsCov-2, miles de personas se arriesgan a experimentar -per sé y a como de lugar- algunos productos preexistentes que podrían ayudar con la cura o la prevención.
En este sentido la ivermectina acaba de pasar al frente y tiene buena prensa. Es un conocido antiparasitario de amplio espectro que en pruebas in vitro se mostró como potencial inhibidor del virus Sars-CoV-2. Los primeros en experimentar la ivermectina a riesgo propio y por desesperación, fueron veterinarios atacados por Covid19 que recurrieron a la ivermectina líquida de uso animal, de muy baja purificación. Una versión altamente purificada se vende en farmacias para uso humano, como antiparasitario. El ANMAT no lo prohíbe ni desaconseja para este nuevo uso y cinco provincias ya la administran a pacientes con Covid19, incluso a su personal sanitario, en modo preventivo.
Lo propio sucede con el dióxido de cloro (CDS), que parece ser la cenicienta de las medicinas preventivas alternativas, no autorizadas ni siquiera para uso compasivo, utilizado en muy bajas dosis por personas que se han arriesgado –igual que aquellos veterinarios con la ivermectina– y aseguran que el resultado es óptimo, en algunos casos tras casi un año de ingerirlo.
En general, los organismos de salud que objetan el consumo de CDS, como la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, se refieren al producto comercial que Andreas Kalcker ofrece para una muy extensa lista de dolencias y enfermedades, incluyendo el cáncer, lo que es sin duda temerario en tanto los enfermos podrían suspender otros tratamientos confiando en este producto. Pero el CDS (¡que no es hipoclorito!) es, en nuestro pago chico, un preparado doméstico de muy baja concentración y bajísimo costo, que no se comercializa, aunque sí se lo puede comprar en las plataformas de venta on line más populares del mundo.
También nuestra ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) se pronunció al respecto en agosto de 2020: “Debido a la circulación de información en redes sociales y medios digitales relacionados a la utilización de dióxido de cloro para el tratamiento de Covid-19 u otras enfermedades, se recuerda que el producto mencionado no cuenta con estudios que demuestren su eficacia y no posee autorización alguna por parte de este organismo para su comercialización y uso”.
ANMAT no lo investigó sino que: “En base al informe de este año de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), resulta necesario destacar que la ingesta de dióxido de cloro y el clorito de sodio reaccionan rápidamente en los tejidos humanos y si se ingieren, pueden causar irritación en el esófago y estómago, dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea e intoxicaciones severas, entre otras complicaciones”…
Ahora bien, tomemos un prospecto de algo de tan bajo riesgo como un total magnesiano con ginseng, veremos que el laboratorio y el Anmat advierten: “El Ginseng puede provocar hipoglucemia al inicio del tratamiento, diarrea matinal, erupciones cutáneas, insomnio, irritabilidad, depresión, hipertensión, euforia, edema, efectos estrogénicos, arteritis cerebral” (Lab. Temis Lostaló). Luego hay otras advertencias por interrupción brusca del tratamiento, o tratamiento prolongado. Es evidente que a la hora de las advertencias no se salva ni la aspirina de venta libre (quizás ni el té de boldo), porque –como nos han enseñado nuestros médicos de cabecera- ningún remedio es inocuo.
Aquí debo señalar que he hablado con tres consumidores de CDS, personas con formación académica que además se mantienen en grupos para la interconsulta y con asesoramiento médico, siendo su opinión altamente favorable sobre los resultados.
Sería una contradicción, después de haber admitido el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo (Ley de aborto), negarle igual derecho a quienes desean arriesgarse a experimentar algo que se les promete como eficaz para evitar un virus, en una situación donde la industria farmacológica no ofrece soluciones. Pero es razonable que se les advierta sobre los riesgos.
Quienes se atreven a aparecer en público defendiendo el CDS (Cloro Dióxido Solución) son atacados sin piedad. Lo que necesitamos son debates honestos y desapasionados para llegar a conclusiones sensatas.
Es abrumadora la cantidad de testimonios en varios países del mundo a favor del dióxido de cloro (no tal como lo conocemos para desinfectar la casa sino en una preparación distinta), sustancia que, debemos aclarar, ninguna institución sanitaria la reconoce como medicamento.
Se encuentra mucha información sobre este producto, que no es más que un procedimiento experimental y no científico que ganó popularidad en Bolivia (donde lo produce la Universidad Nacional), Chile, México y otros países. Durante los últimos trece años se lo ofrece como remedio ante muchas afecciones y enfermedades, desde malaria, diabetes y asma, hasta autismo. Le llaman Milagroso y eso es lo que le resta credibilidad. Ahora su cara más visible, el alemán Andreas Kalcker, dijo que también prevenía el SarsCoV-2, las dos cámaras legislativas lo aprobaron en Bolivia, aunque el Ejecutivo (por entonces de otro signo político) prefirió no sancionar la ley y dar intervención a la justicia. En la Argentina, Kalker y sus representantes fueron denunciados penalmente hace un par de semanas por ofrecer el producto.
No estamos ejercitando aquí una defensa del CDS, ni lo consumimos. No está en nuestras facultades hacerlo. Que quede claro. Entendemos que cuando los organismos establecidos hacen advertencias y recomendaciones están cumpliendo con su función (u órdenes superiores), pero no la cumplen cuando no se interesan en investigar mejor y realizar pruebas con lo que están cuestionando. En el caso del CDS, debería ensayarse con métodos científicos esta fase experimental que –de hecho- llevan a cabo miles de personas por su propia voluntad y a riesgo de su salud, formándose una cadena de recomendaciones entre quienes lo experimentaron con éxito y los que tienen alguna dolencia sin solución.
Si uno lo analiza simplificando, el CDS es consumido desde hace trece años y desde hace un año recomendado (por su mentor) para prevención del Covid19. ¿Cuál es la diferencia con aplicarnos una vacuna a la que le faltan cumplir dos fases más de experimentación, sin conocer si nos traerá consecuencias de mediano y largo plazo?
Kalcker es autor de un libro (“Salud prohibida” – Incurable era ayer) donde en cuatrocientas páginas y siete capítulos explica todo lo que se quiera saber sobre el CDS, y en él abrevan quienes lo ingieren.
El caso es que plantea un nuevo paradigma y ese parece ser su martirio. En el mundo globalizado el único paradigma aceptable es el establecido por los organismos supranacionales –los dueños del juego- que financian además la industria farmacéutica, que no ve con buenos ojos soluciones de muy bajo costo que interfieren en sus negocios.
El riesgo –además el pretexto de la ANMAT- es que mucha gente cometa la imprudencia de aventurarse a beberlo sin información suficiente y sin supervisión médica, lo que podría resultar una pésima experiencia.
Otro punto: El ibuprofeno de sodio (inhalable) de bajo costo, también hace furor en el mundo contra el Covid19 y la OMS lo resiste. El único plan parece ser que nos vacunemos todos y las naciones del orbe deben acatar su voluntad.
Ojalá hayamos logrado ser claros. No propiciamos desde esta columna la toma de dióxido de cloro (CDS) ni mucho menos. Sería una imprudencia. Solo queremos traer a la superficie una realidad que los organismos como en ANMAT deberían aceptar como un hecho inocultable y hacer las pruebas fase por fase, para dirimir la cuestión, y no guiarse porque se lo suministraron tardíamente a un anciano de 92 años que ya estaba entregado a la muerte. Será para la ANMAT la única manera de evitar el creciente uso clandestino. No basta con prohibir la sopa cuando hay hambre y mucho menos cuando ya hay quienes le han tomado el gusto.
(*) Periodista. Director periodístico de Paralelo 32.