El borrador de la historia
El día en que un Canberra casi termina en tragedia sobre una ruta entrerriana
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Un episodio poco conocido de la aviación militar argentina tuvo lugar a fines de junio de 1974, cuando un bombardero inglés Canberra B-102 de la Fuerza Aérea protagonizó un dramático aterrizaje forzoso en Entre Ríos, tras atravesar una tormenta severa y quedar prácticamente sin combustible. El hecho ocurrió en cercanías de Crespo y Puiggari, y su desenlace, aunque milagroso, pudo haber sido una tragedia de grandes dimensiones.
El relato pertenece al entonces navegante del avión, Vicecomodoro (R) Hugo Alberto Maldonado, quien compartió su testimonio años después. La misión se había iniciado como un ejercicio rutinario de navegación y tiro aéreo en la III Brigada Aérea, con la participación de once aviones Canberra y apoyo logístico de un DC-3. Tras el éxito de la operación, la dotación fue recibida con un asado en Reconquista, en un ambiente de camaradería y celebración.
La tormenta
Cuando llegó la hora de regresar, el parte meteorológico trajo la primera complicación: fuertes tormentas convectivas se extendían por gran parte de la región. El jefe de escuadrón, Vicecomodoro Plessel, dispuso que las aeronaves despegaran de manera escalonada, guiadas por los reportes del DC-3. La mayoría de los aviones logró arribar a destino, pero el Canberra B-102, con Plessel y Maldonado a bordo, fue el último en despegar, con poco combustible.
Durante el ascenso, la nave quedó atrapada en el corazón de un cumulonimbus. El violento fenómeno meteorológico los dejó sin comunicaciones ni instrumentos, reduciéndolos a meros pasajeros de un avión sacudido como “una caja de zapatos con piedras adentro”, en palabras de Maldonado.
El descenso desesperado
A miles de metros de altura, y con el radioaltímetro como único instrumento operativo, la tripulación inició una brusca pérdida de altura, alcanzando apenas 700 pies (unos 200 metros) sobre el terreno antes de recuperar el control. Para entonces, el combustible se agotaba: un motor ya se había apagado y los otros dos marcaban mínimos.
Ante la imposibilidad de llegar a una pista, Plessel se vio obligado a intentar un aterrizaje forzoso en plena ruta. El avión, pesado y dañado, rozó un camión que circulaba en sentido contrario, llegando a marcar en su cabina el perfil del tanque de punta del Canberra. El camionero, incrédulo, terminó volcando en la banquina, y más tarde sería tomado por la policía como presunto ebrio cuando declaró: “¡Choqué con un avión!”.
El milagro en la ruta
Contra todo pronóstico, el B-102 se deslizó por la ruta nacional 131, y finalmente se detuvo a pocos metros de una vivienda rural, sin incendiarse y sin víctimas. La tripulación —Plessel, Maldonado y el mecánico a bordo— resultó ilesa, aunque con heridas menores provocadas por la eyección de la cúpula.
Un vecino en bicicleta fue el primero en auxiliarlos, mientras que un automovilista los trasladó hasta Crespo para dar aviso a la Brigada Aérea. Minutos después, una caravana militar con ambulancias y efectivos llegó al lugar para constatar lo ocurrido.
El accidente, sin embargo, pasó casi desapercibido en la prensa nacional. Al día siguiente, 1 de julio de 1974, la muerte del presidente Juan Domingo Perón eclipsó cualquier otra noticia.
Un recuerdo vivo
Hoy, el episodio forma parte de las memorias poco difundidas de la aviación argentina. El Canberra B-102, que aquella tarde rozó la tragedia en las cuchillas entrerrianas, dejó una huella imborrable en quienes lo tripularon y en los testigos circunstanciales de un hecho que, de haber tenido otro desenlace, se recordaría como una catástrofe.
“Nos salvamos por la pericia del jefe, la fortaleza del avión y, quizás, por las oraciones de quienes nos esperaban en tierra”, resumió Maldonado en su emotivo testimonio.