Editorial
El descrédito de los medios de comunicación y otras lamentaciones
Transitamos otro día del periodista, fecha que hace mucho ruido porque los periodistas tenemos los medios para recordárselo a la sociedad. Es cierto que en ella penetramos cada día, entramos a los domicilios e influimos, quizás, en el razonamiento de las personas.
Según algunos estudios sociales históricos y más recientes, un porcentaje de esas personas nos presta atención porque lo que decimos confirma lo que piensan o creen. Otra porción cree que mentimos porque no decimos lo que quieren escuchar. Y una tercera fracción de la sociedad, la pensante, le presta atención a ambas; lo que confirma su ideal y a lo que lo confronta. Estos últimos son los que confían en su propio discernimiento, los que razonan, evolucionan y no están anclados a un pensamiento único que los limita y esclaviza.
No debería asombrarnos que las encuestas revelen la baja credibilidad del periodismo como institución, que nos viene desde hace mucho tiempo, aunque en Argentina ese índice de credibilidad está hoy bastante por encima de lo que mide el gobierno.
La pandemia también afectó a un periodismo que se abroqueló detrás del propósito de impartir miedo mediante advertencias de muerte, el riesgo de enfermar gravemente, la supuesta irresponsabilidad de los que no se ponían obedientemente en las colas para vacunarse, la condena a los que salían a la vereda cuando la orden era quedarse encerrado, el insulto a los que no se tapaban rigurosamente la boca con un barbijo que de poco o nada podría protegernos, y la persecución policial y periodística a persona que, como aquel que regresaba del río a su casa con la piragua en el techo, supuestamente eran unos irresponsables que ponían en riesgo de muerte a toda la población nacional.
Cuando la neblina se disipó. Cuando la marea bajó. La sociedad nos culpó a todos por igual de haber contribuido con el efecto miedo, dándose cuenta que en realidad, si bien había sido necesario cuidarnos con medidas higiénicas y precauciones, no se debió llegar a esos extremos, en algunos casos ridículos.
Ahí se pudo medir también cuánto somos capaces de influir los medios, y de cuánto daño podemos causar cuando no lo hacemos con responsabilidad y sensatez. En 2020 y 2021 bajó sensiblemente la credibilidad en los medios de comunicación, que ya venía herida por situaciones más razonables; por ejemplo “la noticia deseada”. Esta es una definición de Miguel Wiñazky en su emblemático libro que lleva ese título, donde describe como la mayoría de las personas solo está interesada en los medios o en los periodistas que dicen o escriben lo que ellos quieren oír o leer, según sus convicciones, gustos o enamoramientos circunstanciales.
Caímos en un círculo vicioso de desconfianza. Pero poco podía hacer el periodista cuando el miedo ya estaba instalado. En esa instancia, cualquier periodista que relativizara las órdenes de la Organización Mundial de la Salud, retransmitidos fiel y casi religiosamente por los gobiernos de cada país, se exponía a reacciones imprevisibles. Había que ser valiente para comunicar con equilibrio y sensatez sobre el curso de la “pandemia”, para no ganarse indefectiblemente la etiqueta de “conspiranoico”, “antivacunas” y quizás responsable de alguna muerte. Digamos más bien, anti una vacuna que hasta hoy no se sabe de qué y cómo está hecha, y poco se difunde sobre las consecuencias que dejó en parte de los inyectados.
El poder global quedó demostrado y melló tanto la credibilidad de los gobiernos como la de los periodistas, que fueron sus voceros.
Desde años antes, en la Argentina en particular, se venía profundizando una grieta política que nació en quienes pícaramente siguen la teoría de “un enemigo necesario para motivar a la militancia”. El país se fragmentó y la opinión periodística también, y a partir de entonces cada uno atiende a su clientela. Dios nos guarde de estas parcializaciones.
En fin, la vida continúa y da oportunidades; el mundo continúa su curso, lo que debemos tener en claro es que seguirá este mismo curso que hemos visto en 2020 y 2021, que nos ha parecido solamente un primer ensayo. ¿Podemos equivocarnos en esta apreciación? Ojalá que sí.