Cómo leer a Umberto Eco
Por Carlos Daniel Aletto.- A cinco años de la muerte del semiólogo y ensayista Umberto Eco acaba de llegar a las librerías argentinas una colección de divertidas notas periodísticas tituladas «Cómo viajar con un salmón», que sin abandonar la liviandad de una columna de diario muestra a un erudito sorprendido por un mundo tecnológico, burócrata y lleno de banalidades que le resulta ajeno, incómodo y gracioso, siendo algo más que un apéndice de sus «diarios mínimos».
El 19 de febrero de 2016 moría Umberto Eco. El mundo intelectual y los lectores quedaron huérfanos de uno de los nombres más importantes de la cultura contemporánea y con una particular mirada sobre el mundo. Tenía 84 años, era escritor, filósofo, gran observador y experto en comunicación y medios. Había nacido en Alessandria el 5 de enero de 1932.
Eco fue un semiólogo, filósofo y prolífico ensayista que escribió un sinfín de ensayos sobre estética, lingüística y filosofía medievales, así como novelas de un extraño éxito en ventas.
El homenaje a Borges
Gran lector de Jorge Luis Borges, su exitosa novela «El nombre de la rosa» -que vendió catorce millones de copias, fue traducida a más de cien idiomas y llegó al cine de la mano del director francés Jean-Jacques Annaud- toma justamente su nombre de un poema del escritor argentino, así como el personaje del monje ciego Jorge de Burgos que custodia la voluminosa biblioteca, otro homenaje al autor de «El Aleph».
La novela publicada en 1980 fue un fenómeno inesperado, ya que se trata de una historia erudita, medieval, con muchas referencias cultas y que necesitó de varias apostillas explicativas, en las que por ejemplo señala que: «…biblioteca más ciego solo puede dar Borges, también porque las deudas se pagan». El autor del también best seller «El péndulo de Foucault», publicado en 1988, empezó a leer al autor de «Ficciones» desde muy joven.
Cómo viajar con un salmón
A pesar de estas lecturas borgeanas, el flamante libro publicado por Lumen, «Cómo viajar con un salmón», tiene más un aire al libro «Historias de cronopios y de famas» de Julio Cortázar, más específicamente al «Manual de instrucciones», del que los lectores recordarán «Instrucciones para dar cuerda al reloj», «…para llorar» y «…para subir una escalera».
En este mismo sentido lúdico, pero sin la pretensión ni el logro literarios que tienen los textos del autor de «Rayuela», Eco solía publicar en la última página del periódico L’Espresso la columna cultural e irónica «La bustina di Minerva». Las notas empezaron a aparecer el 31 de marzo de 1985 y la última salió el 27 de enero de 2016, pocos días antes de su muerte. El nombre de la columna tiene que ver con una marca de fósforos suecos llamados «Minerva», en la cual se solían hacer breves notas. La luz de la llama de estos escritos tiene la brevedad de un fósforo.
El humor erudito e irónico de Eco, autor de obras de ficción como «La isla del día de antes», «Baudolino», «La misteriosa llama de la reina Loana», «El cementerio de Praga» y «Número Cero», se refiere, principalmente, al avance de la tecnología y en contra de la burocracia. Por eso cada uno de los escritos comienza con un «Cómo» realizar tal cosa. Un recurso similar al ya mencionado libro de instrucciones de Cortázar, aplicado en este caso a ejemplos del estilo «Cómo hacer el indio», «Cómo pasar unas vacaciones inteligentes», «Cómo sustituir un carnet de conducir robado», «Cómo seguir las instrucciones», «Cómo hacer un inventario», «Cómo comer en el avión», «Cómo escribir una introducción» o, el que le da título al conjunto, «Cómo viajar con un salmón». Parte de ellos fueron publicados en 1994 en «Segundo diario mínimo».
Ahora, la aparición de «Cómo viajar con un salmón» también rodea la idea de ir contra la corriente, solo desde el imaginario (o la «biblioteca» que tiene en la cabeza el lector, según palabras del propio Eco). La historia se refiere a un turista que tiene un salmón y vacía el frigobar del hotel para poner el pescado y cómo la incomunicación del idioma, la burocracia, la costumbre de los empleados, crean un malentendido permanente. Es constante la navegación del escritor italiano contra la corriente de un mundo que no termina de ser para él, un mundo que no está preparado para hacer más simple la vida de quienes lo habitan.
En la columna «Cómo emplear el tiempo» de 1988 -publicada también en esta nueva compilación- se refiere justamente a todas sus actividades y un cálculo (hiperbólico en algunos casos) de cuantas horas le lleva cada una de ellas. Enumera tres clases semanales en la universidad, lecturas de tesis, la dirección de la revista de semiótica «Versus», también dirigía dos colecciones científicas, escritura de ensayos, artículos, ponencias en congresos, contestar correos y las columnas para L’Espresso que conforman el material de este libro.
Según el autor, la escritura de estas columnas le ocupa «siendo optimistas, entre encontrar el argumento, tomar notas, consultar algún que otro libro, escribirla, reducirla al formato debido, mandarla o dictarla», unas tres horas: «multiplico por 52 semanas y tengo 156 horas», señala.
Entre esa enorme cantidad de textos, hay uno que articula la cara seria de este encadenamiento de trabajos. Un libro que los universitarios que deben aprobar un grado o un postgrado suelen utilizar: «Cómo se hace una tesis, técnicas y procedimientos de investigación, estudio y escritura», publicado en 1977. A diferencia del juego que realiza en estas breves y taxonómicas notas periodísticas, en su libro, el semiólogo y filósofo da verdaderos consejos basado en su experiencia como escritor académico.
Se trata de una pieza clave para los alumnos universitarios, a los cuales orienta desde cómo elegir el tema, a fraccionar el tiempo para cada actividad, el cuidado con las fuentes de consulta y las citas, como desarrollar el primer borrador y a quién debe tenerse por lector del trabajo («nunca escribir para el director de la tesis» es uno de sus grandes consejos que da el erudito).
Al igual que en su «Diario mínimo» y «Segundo diario mínimo», en «Cómo viajar con un salmón» el autor de «Apocalípticos e integrados» va mostrando a sus lectores una evolución personal en su vida intelectual y a la vez cómo evoluciona la tecnología en sus escritos de 1975 al 2015, desde donde ironiza con la supuesta «democratización» del telefax, que solo termina siendo útil mientras lo usan los ricos y se entorpece cuando lo empiezan a utilizar los pobres».
El escritor se expide también sobre los usos de los primeros teléfonos móviles, el consumo de energía de los spam en los correos electrónicos y el uso de la búsqueda de datos en red sin dejar de utilizar la memoria. Todo esto realizado con datos cultos, por ejemplo el uso de lo que hoy llamamos googlear Eco se refiere al: «Fedro platónico en el que el faraón reprocha al dios Teuth, inventor de la escritura, haber ideado una tecnología por culpa de la cual los hombres perderán la buena costumbre de hacer uso de su memoria.»
En la divertida y ocurrente columna «Cómo reconocer una película porno» -y lo mismo en «Cómo poner los puntos suspensivos»- el escritor pone en el receptor lo que debería ser parte del emisor: «para distinguir una película pornográfica de una película que simplemente representa vicisitudes eróticas, es suficiente establecer si, para ir de un sitio a otro en coche, los personajes emplean más tiempo del que desearía el espectador y la historia requeriría», según el autor la esencia precisa para la categoría «porno».
También divide a los escritores que escriben para los escritores y los no-escritores que escriben para el vecino y estos usan «los puntos suspensivos como contraseña: quieren hacer la revolución, pero con la autorización de los carabineros». Recordar a un erudito en su sentido del humor, es la propuesta de esta nueva recopilación. Nada mejor que una sonrisa a cinco años de su muerte.