El borrador de la historia
Antiguas tradiciones de Navidad de los alemanes del Volga
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Para los niños alemanes del Volga de antaño, la Navidad se definía por la visita de dos figuras: el temido Pelznickel, que juzgaba las faltas, y el bondadoso Christkind, que repartía el consuelo. Esta doble tradición marcó la Nochebuena de generaciones en las aldeas y colonias.
La celebración del 24 de diciembre era vivida con una profunda austeridad, centrada en la fe y el encuentro familiar despojado de los excesos gastronómicos y comerciales. Después de asistir a la Misa de Gallo (conocida como Mette en el dialecto de los alemanes del Volga), que se celebraba a la medianoche, las familias regresaban a sus hogares a esperar la llegada de estos dos emisarios de la Navidad.
El Pelznickel, que se presentaba ataviado con un sobretodo oscuro, viejo y desgastado, similar al utilizado por algún colono en las faenas agrícolas (del tiempo de la arada), una barba enmarañada, sombrero y botas, que irrumpía en la vivienda y solicitaba a los niños que comparecieran ante él. Su misión era reprender y castigar a los niños que se habían portado mal durante el año, pues se decía que estaba previamente informado por los padres de todas las travesuras cometidas. Después de un interrogatorio y sermón, el castigo no era físico, sino moral: les ordenaba arrodillarse y rezar, a veces aplicando la amenaza al agitar un Rustchie (una ramita delgada y larga), dejando a los pequeños sumidos en lágrimas y pánico. Concluida su tarea, se retiraba entre gruñidos y el arrastrar de una gruesa cadena que siempre llevaba consigo.
Enseguida, ingresaba a la vivienda una figura que representaba la bondad y la promesa del Niño Dios (Jesús): el Christkind. Este personaje infantil, con un inmaculado atuendo blanco, a veces con una corona y un velo, llegaba para traer bondad y consuelo, justo después del temor infligido por el Pelznickel. Era el encargado de obsequiar a los niños de la casa masitas caseras y dulces.
Esta singular dualidad de personajes trascendía el mero juego de roles; fue un sofisticado mecanismo pedagógico y teológico. Enseñó a generaciones de niños la importancia del arrepentimiento y la inmediata llegada de la gracia, donde el rigor austero del Pelznickel preparaba el terreno para el consuelo del Christkind.
Si bien las tradiciones cambian y el auge de la globalización, junto con la figura de Papá Noel, han diluido en parte el impacto de estos ritos, el recuerdo del Pelznickel y el Christkind sigue siendo un pilar fundamental de la identidad cultural de los alemanes del Volga.
Con el paso de las décadas y la inevitable integración cultural, la figura del Pelznickel se ha ido desdibujando, casi extinguiendo, dejando un hueco en la memoria colectiva que hoy se intenta recuperar a través de relatos y obras como el libro “La infancia de los alemanes del Volga”. Este es el recuerdo de una fe que era estricta, pero profundamente compensatoria.
Rescatar estas historias es un acto de valorización patrimonial. Nos recuerda que las navidades de estas comunidades fueron construidas sobre principios de disciplina, fe y sencillez, legando a la Argentina no solo su esfuerzo agrícola y su éxito productivo, sino también un fascinante y valioso capítulo de su historia cultural.

