Y un día dejamos de darnos la mano
Por Nicolás Rochi (Paralelo 32).- No es fácil adaptarse a los nuevos saludos. Ya me complicaba un tanto cuando surgieron esos cruces de palmas arriba y abajo, y ni que hablar de los que intentábamos copiar de alguna película o serie —para los más jóvenes— con poco éxito, porque eran extrañamientos antes que códigos conocidos por la mayoría.
Ahora, en pandemia, casi termino haciendo piedra, papel o tijera cuando alguien mueve algunas de sus extremidades superiores hacia el encuentro con mis falanges, y ¡Zas! O la envuelvo con el papel, o el otro cae en la misma acción; y no falta el que te dice: ¡Dame la mano, no seas bolu…!
Así que entre puños, manos y tanto protocolo no touch, algunos evitan directamente el contacto físico y se limitan a mover la cabeza como diciendo, ¡Sí, ya te ví!
Pierden los jóvenes, los abuelos, los que intentan ‘acercarse’, los que estaban distanciados, los pequeños del jardín, los viejos buenos afectos, y los cumpleañeros. Escribo esto casi confesando que mayo es el mes de mis afectos más cercanos, varios de ellos al menos. Y el mío en particular, así que lo voy a sufrir en carne propia. Perdemos contacto, y lo peor de todo es que aceptamos todo cuánto se nos insinúa por miedo a perder más.
Así las cosas, entramos en un derrotero de: ¡Al menos tenés tal cosa! O ¡Viviste grandes momentos, no seas egoísta! Y si accedo a esas premisas o reflexiones de café, con la mirada perdida en la plaza, es porque me la paso tratando de entender lo inaceptable. Por ejemplo, tengo que condenar a esos chicos que rapean una canción en la plaza, la realidad me dice que es inaceptable, pero también los comprendo en su necesidad de expresar lo que viven y les pasa como adolescentes.
Mientras las ‘batallas’ se suceden, y los chicos tiran sus mejores frases, amontonados alrededor de aquel que arenga, pienso en esos diálogos que si alguien alertara que provocan un riesgo, se suprimieran de la presencialidad. Un artículo, de ese mandamás, que diga algo como: “El diálogo a menos de dos metros de distancia es perjudicial para la salud; evite promoverlo. Denúncielo, advierta a sus afectos que está en juego la vida”.
Mejor conectado por cables y señales que, frente a frente, con todo lo que significa. Le parece muy arriesgado de pensar, tal vez.
Ahora vuelvo a mi yo arbitral, ese que sigue en el café, y quito la vista de la ventana cómplice de mis pensamientos cuando veo llegar a dos que por las caras, esperaban encontrarse: ¡Se abrazan! Sus mejillas se rozan, se palmean los pullovers como quitando el polvo callejero, y luego miran alrededor, ya fue. El mozo se acerca, barbijeando la escena, y les deja la carta. Los dejo en paz con mi mirada ya inquisidora aunque inconsciente.
La borra del café marca el tiempo de partir. Pago, me paro, abro la puerta, meto la mano en la campera y rocío mis palmas por si las moscas alguien tocó lo que yo. Voy por la misma calle, y me cruzo con tal y cual, ese y aquel, aquellos otros también, entre onomatopeyas de ¡Uep! Y genio o querido/a, el qué hacés locura o Negro, que también acepto como interpelación, nadie estrecha mi mano, y casi que no arriesgo quitarla del bolsillo o del teléfono. Es al pedo.
¿Saben qué?, siento culpa de no saludar a quien conecta energía conmigo, y ese impulso se refrena casi como un mecanismo prohibitivo, vedado, peligroso. Y lamento lo que le ocurrió a esos otros, que aunque hicieron todo lo que se pedía, perdieron a sus afectos, y ni ese consuelo tuvieron; apretar la mano de un ser querido, esa nimiedad que parece insignificante, al perderla, recobra importancia.
No es conspiranoia, es sentido común, pensar en lo que estamos perdiendo, sí eso a lo que le dábamos poco o ningún valor de ser. Y sin embargo, vaya si lo tenía. Nos hacía más sociables, más humanos, el contacto, el afecto de sentir a otros, y que ellos también experimenten esa sensación recíproca. Cuando volvamos a normalizar el mundo y sus acciones-reacciones, si lo hacemos, intentemos mirarnos a los ojos, sonreír, y extender la mano. Ojalá ocurra pronto.