Urbanismo venido a menos
Victoria.- Notamos hace más de un año la creciente cantidad de propiedades que tienen en sus frentes más de un cartel (cuando no tres o cuatro de distintos Corredores) ofreciendo a la venta antiguas casonas, muchas de las cuales figuran en el inventario de edificios protegidos por su calidad arquitectónica, su datación, etc. También dábamos cuenta al chequear con las inmobiliarias, que esta tendencia respondía a que los dueños originales habían fallecido y sus hijos o nietos decidían repartirse el dinero en vez de conservarlas. Por cierto, muchas ya no se adaptan a la funcionalidad que se requiere actualmente.
El tiempo ha hecho el resto, desgastando por dentro esos espacios que rara vez son ventilados, a lo sumo cuando aparece algún interesado en recorrer sus pasillos, ver el patio, o el nivel de deterioro con el que debe afrontar pensando en las reformas una vez adquirida. Eso siempre y cuando respete toda la batería de ordenanzas que estipulan desde no tocar la fachada, a qué color de pintura y material utilizar.
Cuando se empieza a notar esa falta de interés en ocupar lugares céntricos, frentes imponentes y demás ornamentos de un pasado inmigratorio que claramente dejó su huella, nos encontramos con el presente de inversores que buscan espacio, tranquilidad, servicios, encontrándose con amplias parcelas que invitan a invertir allí tiempo y dinero. Poner una pileta, armar el quincho, tener un parque o huerta, espacio para las mascotas, y la lista sigue.
Así las cosas, al recorrer los intersticios de la llamada Roma entrerriana (por sus siete colinas), nos topamos con imponentes edificaciones en lugares apartados, algunos hasta poco iluminados, donde se consolidó el acceso —en muchos casos con fondos de los mismos propietarios, en connivencia con sus vecinos— se mantiene el pasto a raya, se arma una suerte de arbolado o protección verde para conservar privacidad, y se disfruta de varias ventajas a menos de diez minutos de ese centro cada vez más despoblado.
Algo similar está aconteciendo en zonas delimitadas como ‘residenciales’, donde los servicios son evidentemente más costosos. Cualquiera que lea esto lo primero que se le viene en mente es Avenida Centenario, pero también está incluida, por ejemplo, la zona de la Vieja Calera donde se paga una suerte de multa por no aprovechar ese espacio ocioso que, aunque loteado y perfectamente mantenido el pasto, sigue con carteles de VENDO, desde hace años.
No afirmamos que esto sea la generalidad, insistimos en que se trata de una tendencia, que contrasta con el loteo de parte de una de las colinas, donde se han adquirido varias parcelas, pero quien recorre la ciudad tiende a arriesgar que la urbanización no sigue patrones claros. Vemos dos o tres edificios luego de una serie de casas bajas, y a continuación más casas de baja altura.
Si esto ha de torcer hacia cierta regularidad en la urbanización, y que quede claro que no somos urbanistas ni mucho menos. Habría que pensar qué están haciendo esas mayorías los que asumen lugares de vivienda donde prácticamente desechan el asfalto, y más aún el hormigón. Pero aguarden… nos estábamos olvidando que se hizo una serie de reuniones sobre qué queríamos para la ciudad, como una suerte de agenda urbanizante (si así se dijera) que iba a tomar el toro por las astas. A…y luego, casi un par de años después, vino otro gobierno que dijo hagamos de nuevo más reuniones, porque yo no estaba al frente de la mesa. Y allá fuimos, digo fuimos porque muchos de los que hacemos periodismo integramos esas mesas de aportes a la Victoria del 2030, 2050. Hasta un CD con un informe se grabó y entregó. Pero nos quedan grandes incógnitas respecto de lo que se debatió y lo que realmente ocurrió con el paso de los últimos 20 años.
Fue la inminente conexión con Rosario la que nos despabiló del atraso en que vivíamos, o queríamos vivir así y que el llamado Progreso, con mayúsculas, nos diera en la cara como el viento de la lancha al cambiar el rumbo. Tal vez haya sido un poco de todo. Las ciudades próximas a Victoria no han cambiado tanto tampoco, pero las ventajas comparativas de vivir a menos de una hora de una de las tres urbes más grandes de la Argentina, no termina de ser lo que para muchos es una declaración implícita: “Estamos condenados a crecer”. Frase célebre que alguna vez dijo Adolfo Mittelman, impulsor si los hubo, de este puente físico y cultural, que añadía siempre: “A pesar de los victorienses”.
Tal vez porque a muchos de los victorienses que les iba relativamente bien, o estaban cómodos con su pasar, les daba lo mismo que su pueblo diera un giro de 180º respecto del presente. Entre aquellos y los que vieron la oportunidad del turismo, surgió cierta posibilidad, tangible, explotable, llamamos a Córdoba para que nos asesore. Vinieron, nos dijeron qué hacer, y claro, se volvieron a seguir creciendo.
Lo que nos queda
Tal vez estamos a medio camino de todo, no somos ni esto ni aquello, estamos en zona de promesas, prometemos dar ese salto pero casi nos quedamos sin agua, así que el salto puede terminar doliendo más si no resolvemos algunas cuestiones que también hacen al urbanismo. ¿Queremos vivir de cara al río? ¿Queremos ser turísticos? ¿Queremos preservar el patrimonio? ¿Vamos a generar recursos con esa idea? Todas preguntas válidas que han surgido en varias mesas de proyección, el tema es cuándo empezamos. A muchos se nos están pasando los años y queremos empezar a disfrutar de esos buenos vientos, ojalá empiecen a soplar pronto.