Una analogía que preocupa cada vez más
Hay una asociación, suerte de analogía que busca relaciones de semejanza entre cosas distintas, hecho que a priori puede parecer divertido, pero se puede tornar perverso. ¿En qué consiste?, en pensar cuántas unidades, litros o kilos de yerba, leche, fideos, arroz o azúcar, etcétera vale una prenda de vestir, un par de zapatos de cuero, un juego de sábanas u otro artículo que no se englobe dentro de los llamados ‘de primera necesidad’, situación que nos está llevando a un nivel básico de subsistencia. Advertirlo no es un tema partidario o de crítica política, es intentar darse cuenta dónde nos paramos cuando hablamos de dignidad.
Pero no seamos tan solemnes, al menos por ahora, porque en esta comparativa también entran los más carnívoros que, subiendo el tono de voz, dirán: ¡qué asado me clavaría con esa plata!, en vez de tal otra cosa…
En esta intangible disputa entre comercios y rubros, que crece al ritmo de la inflación, sobran los ejemplos. Uno claro está en el kiosco, donde asombra lo que cuestan los caramelos masticables, ni hablemos uno relleno con dulce de leche, o las adictivas gomitas (dejemos afuera al chocolate, por hoy).
Sí digámoslo, porque con doscientos pesitos ni arrancás. Un buen paquetito, surtido de golosinas sugeridas por el más amable de los kiosqueros, te puede arrancar súbitamente de las manos un papelito de 500 pesos, o más. Y aquí la consigna es: ‘saborealos sin morderlos’, así la dulzura te acompaña unos minutos más mientras mirás dentro de esa billetera oscura, muy lúgubre, que añora los naranjas y suelta verdes compulsivamente —y no precisamente dólares— mientras hace a un lado marroncitos que ni sumando garpan.
Con las últimas estimaciones de cuánto necesitamos para no ser pobres, esos 120 mil no llegan a cubrir la desesperación del que debe hacer frente a gastos de salud, alquiler, algún autito del que hace rato no paga la patente, y diez imponderables más que surgen de la caída de subsidios a los servicios, los mil impuestos a lo que se nos ocurra, además de los que se les pueden ocurrir a nuestros políticos —del partido que sea— que parecen vivir en una galaxia que sostiene un discurso berreta llamado grieta.
Lo saben aquellos que intentan emprender algo con esfuerzo y creatividad familiar (que es coraje puro), chocándose con todo ese aparato burocrático, manoseador de ideas para desgastar los principios, que impide sistemáticamente… Porque sí.
Es que esa verdad de ‘pedregullo’ llamada Canasta Básica, es sumamente endeble frente a una escalada de precios que está llevando a muchos a pensar bajo esa lógica de subsistencia, la misma que usa analogías de comestibles para privarse de un gasto que antes ni siquiera dudaba. Y como dice un amigo: “El hombre (mujer) sin plata se pone malo/a”, nos cruzamos todos los días con alguien que arranca bien una charla, pero a medida que pasan las intervenciones se empieza a enojar; algo así:
— ¡Vecinoooo! ¿Cómo anda?
— Uep… vecino, acá estamos, tirando para no aflojar
Buéh… ya empezamos mal.
— Pero si ayer ví que le humeaba la parrilla, usted se queja de lleno me parece.
— Me puse a quemar papeles de un trámite que me rebotaron. No me hable que tengo la presión a mil.
En pocos minutos, un saludo deviene en queja, y por más que encontremos algún reidor/a serial, no abundan, lo que reina es la desazón.
Ese modo de pensar haciendo analogías con los precios de los alimentos también nos muestra cómo se empobrece nuestra capacidad para otras cosas, y no se trata de oponer cultura popular a una elite, ni mucho menos. El común de nosotros estamos atravesados por ese discurso, qué dinero alcanza en un lugar donde no hay certezas. Menos aún perspectivas a futuro.
El día a día es la jungla del ‘conseguí a tanto’, un logro de pocos, comprar barato algo que de golpe vale 1.000 mangos, como el aceite; o 100 pesos una cabeza de ajo, que la cebolla pasó de costar chauchas y palitos a casi 400 mangos. No es por temporada, ni el flete, es el país sumido en la más terrible de sus encrucijadas. Algunos todavía parecen creer que podemos soportar una embestida así hasta que ellos se acomoden para ver cómo siguen, pero estamos complicados, y aquí no hay distinción que valga. Ojalá no sea demasiado tarde, ojalá nos podamos dar un tiempo sin quejas con la pareja, los hijos y los nietos; que desaparezca de los temas en la reunión de amigos el: ¡Carísmo! ¡No se puede! ¡Cuesta un bolazo! ¡Me arrancaron la cabeza! ¡Me dejó seco! ¡Ni en pedo le pago eso! ¡Un ladrón este pibe!, porque lo merecemos. Merecemos algo mejor.