Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está
Oficialmente se llegó a afirmar que hubo cinco millones de almas el martes en las calles de la CABA. Así fuera la mitad, jamás alguien, ni por una muerte célebre ni por una promesa de mejor vida para todos, ni por lo que fuera que convocara, logró que semejante cantidad de personas se reunieran pacíficamente y respetándose unos a otros, a excepción de unos pocos e inevitables vándalos de los que disfrutan de alimentar la crónica policial.
Lo milagroso, lo conmovedor, fue que el festejo nos apartó de la estructura de nuestro sistema social. Unidos por un mismo amor, se produjo lo que podría llamarse una liminalidad, donde se esfumaron los estatus sociales, los credos, las ideologías políticas y otros símbolos que impidieran el abrazo. Insisto, no hizo falta la creación de un enemigo para motivar al pueblo o a una fracción a salir a la calle. Con una sola bandera conformando un gigantesco, impresionante e irrepetible mar celeste y blanco, esta vez no salieron en contra de, sino a favor de.
¿A favor de quién? ¿De alguien que les prometería cambiarles la vida? ¿Por un salvador del país? Frío, frío, lejos de eso. Salieron por un equipo de muchachos que primero se prepararon para lo que iban a hacer, luego dejaron de lado sus diferencias y fueron el uno para el otro, luego buscaron la excelencia y la alcanzaron. El equipo de Scaloni no fue por un botín, ni por un territorio ni para apropiarse de un país o de sus tentadoras cajas. Sin viveza criolla. Sin trampa. Es verdad que fueron también por sus egos, no son robots después de todo, pero dejaron el cuero en Qatar para propiciarles a sus compatriotas una alegría indispensable en estos tiempos.
A partir de ahora ¿quiénes podrán arrogarse la propiedad del pueblo cuando la altura de un palco les caliente el pico y los erotice la emoción de ver a cincuenta mil aplaudiéndolos?
A los millones del martes nadie los arreó. Nadie los presionó. Nadie los expuso a elegir lealtad o traición, no salieron en defensa de intereses propios. ¡Estos sí que pueden llamarse autoconvocados! Vinieron libremente respondiendo a un llamado de profundo afecto por un grupo de jóvenes que empezaron muy desde abajo y con sacrificio, y hoy nos enseñan virtudes y valores: unión, trabajo, disciplina, mérito, ¡mérito!, y seguramente el sueño de pasar a la historia, jamás reprochable cuando la misión es noble y honestos los métodos para alcanzar la gloria, siempre efímera después de todo.
Un equipo con un director técnico y un capitán con humildad pueblerina, que nunca respondieron a las diatribas de algunos ni se jactaron de nada, manteniéndose moderados en sus juicios. Quizás por eso llegaron a ser tan amados por el pueblo. Con todo respeto por esa frase que supo ser emblema en los años 70, porque el contexto lo explicaba, desde esta nueva perspectiva única en el mundo nos da por preguntar: ¿si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está? ¿Quién podrá arrogarse a partir de ahora su posesión?