Se pide libertad para los investigadores no patrocinados por la industria farmacéutica
Por Luis Jacobi (Paralelo 32).- Les diré por qué me llamó la atención –aunque no me sorprendió- esta noticia: “La plataforma YouTube anunció un endurecimiento de su política contra los contenidos antivacunas e indicó que serán suprimidos los videos con contenidos que ‘falsamente’ afirman que las vacunas aprobadas son peligrosas y causan efectos crónicos en la salud«. Ergo, todos los contenidos que desfavorezcan el propósito de vacunación masiva y universal, serán falsos. Sentencia cantada por anticipado. Un nuevo paso de avance sobre las garantías fundamentales, y sin disimulo alguno.
Según el comunicado, YouTube también penará los videos «que dicen que las vacunas no reducen la transmisión de enfermedades o hacen contraer enfermedades o que contienen información errónea sobre las sustancias empleadas” (ni menciones el óxido de grafeno y otras).
Los administradores de la plataforma van más allá y advierten que ya no es solo contra lo que no habla bien de la vacuna por Covid19, sino todas las aprobadas por la OMS. También Twitter tiene un reglamento sobre el tema y se abroga el derecho de retirar contenidos y castigar en caso de infracciones.
Puesto en otras palabras: YouTube y Twitter no permiten dudar ni presentar estadísticas oficiales que comprometan a la sustancia inyectable llamada vacuna contra Covid19. Todo investigador que descubra algo negativo de ella y lo diga mediante videos, será penado por estas plataformas.
YouTube y la élite del poder mundial en general, tampoco permitirán que se cuestione, por ejemplo, la vacuna contra la neumonía, pero ¿quién podría cuestionarla, si con ella está todo claro?
Veamos; tengo en mi poder un prospecto que acompaña a la vacuna Prevenar 13 (primera dosis contra neumonía), verificando que, desplegado, mide 85 x 35 centímetros y está completo de un lado y la mitad del otro con la letra del cuerpo más pequeño que admite un texto. A ese texto, que responde una enorme cantidad de preguntas posibles, se le suman 12 gráficos reflejando pruebas y estudios realizados, metodología, etcétera. ¿Alguien vio algo similar al vacunarse contra Covid19? Claro que no. En lo personal, he visto una de AstraZeneca, escrita en chino mandarín y no mucho más extensa que la del Ibupirac.
Hay un minucioso estudio de la Lic. en comunicación Analía Álvarez (*) que analiza datos estadísticos disponibles en la página del Ministerio de Salud de la Nación Argentina, tan extenso como interesante, del que extraeremos solo los siguientes tres párrafos:
“Entre los inoculados con alguna de las inyecciones experimentales (vacunas. N de R), se enferman entre el 43% y el 53%. Pasamos a detallar por marcas el porcentaje de los que se inyectan alguna dosis y se enferman –según resultado PCR-
“Con Sputnik se enferma el 43% del total de inyectados y muere el 11%.
Con AstraZeneca se enferma el 47% del total de inyectados y muere el 14%.
Con Sinopharm se enferma el 53% del total de inyectados y muere el 14%.
En Promedio de la muestra, el nivel de fallecimiento post-inyección es del 13% o sea 6 veces más que el porcentaje de letalidad que tiene el propio virus SarsCov2.
“Entonces: Cuál es la razón por la que se somete a la población mayor de 60 años a la inoculación, cuando ésta provoca la enfermedad en la mitad de los vacunados y además es más mortal que el propio virus, cuya letalidad es del 2%?”
“Como no tenemos acceso a la base de datos de la cual se extraen estos resultados numéricos, no se puede concluir estrictamente si los fallecidos tenían o no comorbilidades previas y si la muerte puede estar influenciada por la inyección en esos casos, o bien eran todas personas mayores de 60 sin comorbilidades”
Fin de los párrafos extraídos de un trabajo que no pasaría la prueba de YouTube/OMS, y sin embargo solo analiza estadísticas privadas y oficiales (En la DEIS hay pocas, incompletas y con 34 meses de atraso).
¿Por qué a científicos y especialistas en estadística, que tienen el deber de hacernos conocer estas conclusiones, se les quiere coartar ese derecho y nuestro derecho a saber?
Es muy preocupante que se nos inyecte –y se pretenda inyectar a nuestros niños– con algo experimental, que desconocemos, para prevenir un engendro al que llaman virus aunque no ha sido aislado ni secuenciado en laboratorio alguno, y que según afirman miles de infectólogos y otros profesionales en el mundo, tiene que ver más con la tecnología que con la biología. Profesionales respetables que se oponen a ese atropello, han sido expuestos al escarnio al extremo de perder sus empleos por no callar frente a estas situaciones. ¿Cómo no preocuparnos los que ponemos el cuerpo y nos sacamos una selfie como si debiéramos celebrarlo?
YouTube se delata a sí mismo y a sus cómplices. Pongámoslo en letras simples; si la unión general de tabacaleros tuviese el poder de dictaminar una dura sanción para todo aquel que publique por cualquier medio, “contenidos que falsamente afirman que el cigarrillo es peligroso, mata y causa efectos crónicos en la salud”, esa forma de prejuzgar como “falsa” toda investigación o simple duda sobre los efectos ya comprobados del cigarrillo, no lograría otra cosa que acentuar nuestras sospechas sobre el tabaco e incrementar nuestro recelo en cuanto a los poderosos intereses que se mueven tras del producto. Es el efecto que provocan YouTube y Twitter.
Veremos qué sucede con investigaciones que se popularizan cada vez más, en algunos casos ayudados por médicos o químicos que además son buenos comunicadores, como el Lic. en Química Guillermo Iturriaga (Estudio de la Pandemia – Análisis científico independiente), un informe alarmante y demoledor, basado en investigaciones específicas de reputados científicos del mundo, como el Dr. Stefan Kochanek (Ulm – Alemania) y su investigación sobre el óxido de grafeno.
El mundo está reaccionando y pidiendo claridad. Todo indica que ha llegado la hora en que los gobernantes del orbe deben representar a sus gobernados, rehuyendo de toda complicidad si la hubiera, hablando claro y permitiendo, e incluso patrocinando, la libre investigación, para que el pueblo sepa quién tiene razón. También en la Argentina, donde un domingo se nos aconsejó llevar bolígrafo propio a las urnas para evitar el contagio, y al levantarnos al día siguiente desapareció el riesgo por decreto.
(*) Con una Maestría en Metodología de la Investigación y especialista en estadística, autora del reciente informe “El remedio es peor que la enfermedad: datos oficiales lo confirman”