Recreo Polo Norte, el último testigo de mil y una historias de amor
Cuando nacía la década del 60 la música estaba revolucionada. La ‘nueva ola’ crecía como un tsunami imponiendo sus nuevas canciones con las voces del Club del Clan (1962-64). En Crespo, Bonifacio Sacks, esposa e hijo, allá por 1959 según creen recordar algunos, acertaron en abrir un espacio para ofrecerles a los jóvenes un lugar permanente de verano, donde cada fin de semana se bailaba al aire libre, en San Martín y French. Le llamaron Pista “Recreo Polo Norte”. Pasodobles, fox trot, valses, corridos… porfiaban por mantener su liderazgo, pero llegó el quiebre, la bisagra del tiempo, con la música beat y las canciones melódicas de Palito Ortega, Leo Dan, Juan Ramón, y otros, se convertían en cómplices de aquellos que querían “apretar” sin pedir permiso (y con el Cuarteto Leo se complicaba hacerlo).
Sabe Dios y aquella pista cuántos se enamoraron bailando los lentos de Leo y Palito, en la voz de cantores de por acá. ‘Perfidia’, ‘Celia’, ‘Primer amor nunca se olvida’… daban licencia para el cachete con cachete y pechito con pechito.
El tiempo hizo que ese predio fuese loteado y edificado, pero en un terreno contiguo quedó el escenario, al que don Hetze prolongó la vida convirtiéndolo en vivienda, demolida durante la presente semana de 2017.En sus paredes guardó secretos y vivencias que hablan de amores ganados y perdidos. Recuerdos que hoy gimen bajo el caos de una demolición que amerita palabras de despedida.
El martes de esta semana se reunieron en el lugar unos cuantos vecinos, quizás en espera de oír su último suspiro, o aguardando que la demolición de aquel palco-escenario hiciera el milagro de liberar tantas canciones atrapadas en su barro reseco. Vaya uno a saber por qué estaban allí. Quizás buscaran recuperar en algún pliego de la vieja construcción los tonos altos del Flaco Silva, cantando con las estrellas de Osvaldo cualquiera de los siempre esperados lentos… “Mujer, si puedes tu con Dios hablar / pregúntale si yo alguna vez / he he dejado de adorar”. Quizás la magia de algún acorde, una risa de carnaval, la voz de Benigno Campi anunciando que a continuación se interpretará “Como te extraño mi amor” (por qué será / te extraño tanto en la vida si no estás…). Todo se mezclaba con la música de la década anterior, conviviendo pacíficamente el chamamé y el tango.
Hoy, los obreros, ajenos al clamor de aquel testigo único de tantos besos robados, no cesaban en su faena demoledora, indiferentes al jolgorio de los pájaros que anunciaban la savia nueva de setiembre. Entre golpes de acero y sordos derrumbes de mampostería, alguien creyó oír como golondrinas en vuelo de retorno la voz de Leo Dan: “…así comienza nuestro amor, en primavera / cuando las rosas del rosal, son como Celia…”.
En aquel lugar se perdieron ilusiones y se ganaron alegrías, desengaños y horas felices. Por allí anduvieron cabeceando desde prudentes distancias los muchachos chuscos, las chicas en su despertar juvenil, los que afilaban, los que iban solo a divertirse, la que no pudo ser, el que le hicieron la pera, los curiosos, los escapados por la ventana… y familias enteras que solían concurrir.
Esta cal y arena fue como pasta de acetato donde quedaron grabados los alegres ritmos del famoso Cuarteto Leo, Gasparín, Varela Varelita (con la voz del Varón de Pernambuco ¿?), y los locales Osvaldo y sus Estrellas, Los Provincianos, la Hermanitas Gerstner, la orquesta de Luis Porcaro; allí debutaron y se quedaron por infinitas noches de baile los Juveniles Rítmicos (A. Wendler, R. Spreáfico y Luis Sack, hijo del dueño de la pista)… Al escenario histórico lo preservó “Mundialito” durante muchos años, pero en esta primavera las notas musicales quisieron recuperar el viento y viajar en sus alas hacia otras alegrías.
Otra noche de Gran baile Gran, se anunciaba por las serenas calles de tierra, y el regador se ocupaba de las que convergían en el Polo Norte; no fuera que alguno de los pocos pitucos con auto sombrearan de polvo gris las blancas camisas “de plancha” de ellos, y grisaran los rígidos peinados de ellas, que invariablemente llegaban caminando.
Pocos saben con exactitud cuántos veranos funcionó aquella pista de baile. Para algunos aún está presente, tan presente como cada noche en que pudo oír un te quiero que terminó en el altar. Esta semana sus ladrillos, últimos testigos, se fueron por el tiempo, con la canción Moritat a flor de labios y bailando alegres en trencito, al ritmo carnavalero de El Camaleón, de Chico Novarro.
(Por Luis Jacobi)
Recuerdo de vecinos
Mientras empezaban a caer los primeros escombros del último vestigio de la pista de baile Recreo Polo Norte, volvió a la retina de los vecinos aquellas imágenes de los años 60. El martes encontramos a varios de ellos contemplando cómo la estructura del escenario empezaba a ser derribada poco a poco.
“Esto era un terreno de propietario desconocido –dice Héctor Irusta-. Al principio don Enrique Aab, un herrero de Alberdi y 25 de Mayo ponía caballos y el carro. Después, por el ’59 más o menos, lo agarró don Bonifacio Sacks, hicieron tapiales y construyó la pista de baile con cemento y ladrillitos colorados alrededor y el palco que hoy están tumbando”.
Su esposa Angela Goette y los hermanos Héctor y Blanca, muy emocionados por el recuerdo de su infancia son vecinos del lugar de toda la vida, mate en mano contemplaron lo nuevo que estaba sucediendo durante largo tiempo. “Nos trae nostalgia y lindos recuerdos”- dice Angela. Enseguida relata “éramos gurises, íbamos a limpiar y acomodar las sillas de chapa verde, nosotros contentos y por tomar una pils hacíamos cualquier cosa. Adentro de los piletones ponían el hielo y había que poner la bebida para la noche cada vez que había un baile. Entre los árboles de paraíso estaban las luces”- señala mientras recrea en aquel lugar de su infancia.
“La barra –acota Irusta- eran unos tablones con caballetes de hierro”.
Desandando los recuerdos hablan de momentos inolvidables de aquellos años 60. “Se quemó el rey momo, acá actuaban Osvaldo y sus Estrellas, las Hermanitas Gerstner, una era tan chiquita que bajaba y la mamá la hacía dormir un rato; venía mucha gente en verano, era un ambiente familiar muy lindo. Mi papá era habitué–señala Angela-. A veces iba con mamá, otras solo”.
Los vecinos cuentan que los bailes de aquellos tiempos empezaban a las 19:00 o 20:00 y se extendían hasta las 3:00 o 4:00 de la madrugada.
Aunque no recuerdan con precisión hasta cuándo estuvo habilitada la pista, les queda claro que fueron muchos años y mucha la juventud y familias que aprovecharon la oportunidad casi única de bailar que ofrecía Crespo los fines de semana de verano. “Cuando se cerró –cuenta Héctor Irusta- que don Bonifacio tenía la casa al lado y un taller mecánico, siguió pagando los impuestos por 20 años y obtuvo el lote que iba hasta la esquina de Alberdi, por posesión veiteañal. Lo empezó a subdividir y le vendió a don Emilio Hetze el terreno junto con el palco. Eran muy amigos y al principio don Emilio cerró y vivió arriba, después ya con la edad y los problemas de salud, lo cerraron abajo y se mudó ahí”.