Economía
Prestar servicios en el agro: el desafío de subsistir bajo el dominio de grandes empresas
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La transformación del campo argentino ha dejado profundas huellas en quienes durante décadas fueron el corazón productivo de la ruralidad. Hoy, muchos de aquellos colonos, productores independientes o arrendatarios de pequeña escala, se han visto empujados a reconvertirse en prestadores de servicios para grandes empresas agrícolas y fondos de inversión que dominan vastas extensiones de tierra.
Aníbal De Ángeli, integrante de la Filial Puiggari de Federación Agraria Argentina, expresó con preocupación la realidad que atraviesan quienes ahora dependen de contratos para labores como siembra, trilla y cosecha. “Cada vez se torna más difícil, con empresas grandes que arriendan una mayor superficie pagando quintales fijos más altos por hectárea. El productor chico, el genuino, el de los pueblos, termina siendo empleado de esas empresas”, afirmó.
Décadas atrás, el panorama era distinto. Los productores sembraban sus propios campos y, en muchos casos, arrendaban lotes vecinos. Se los conocía como “colonos”, una figura que simbolizaba trabajo, arraigo y una economía rural dinámica. Pero con el tiempo, las malas cosechas, las devaluaciones y un sistema cada vez más concentrado fueron expulsando a muchos del esquema productivo tradicional.
“Esta situación, desde hace varios años, genera una competencia entre contratistas, entre quienes alguna vez fuimos colonos, por conseguir un trabajo en la tierra”, agregó De Ángeli. A esa competencia se suma una pesada carga tributaria y la presión constante por mantenerse a flote en un mercado dominado por precios fijados unilateralmente.
El federado relató cómo funciona actualmente el vínculo con las empresas: “Vamos a trabajar para una firma que arrendó miles de hectáreas y ellos terminan fijando los precios. Si bien hay una tabla de referencia de la asociación de contratistas, el empleador dice ‘pago tanto’ y no se mueve. No queda otra que aceptar, porque si no, te quedás con los fierros en el galpón”.
Y es que la maquinaria agrícola, lejos de ser una inversión accesible, demanda constantes gastos de mantenimiento y renovación. “En tres o cuatro años las máquinas se desgastan, y si se intenta cambiarlas, los números no dan”, alertó.
Con un sistema que favorece la concentración y una rentabilidad cada vez más esquiva, De Ángeli lanzó un interrogante que resuena en muchas zonas rurales del país: “La situación actual alcanza apenas para vivir y mantenerse con lo justo. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más vamos a poder sostenernos con este sistema y con la miseria que nos pagan?”