Postales de la trastienda del 25 de Mayo
** “¡Lo que me hubiese gustado estar en Buenos Aires en 1810!”, se lamentaba días pasados el camarógrafo Cacho Tirameunplano. De algo habría servido, pero poco; solo para registrar una realidad segmentada, que hoy aceptaríamos como verdad única. Y a eso ya lo tenemos. Igual saldríamos de algunas dudas, por ejemplo saber si el 25 llovió o no, y si fue así, cuántos sostenían un paraguas.
** Nos hicimos a la idea luego que Ceferino Carnacini pintara una imagen retórica de la Plaza del 25, en el año 1938, que hasta 1984 se vio en los billetes de un millón de pesos. Es ese cuadro, la gran imaginación de un artista plástico, el que nos muestra una errónea visión histórica de la Plaza del 25 de mayo de 1810.
** Cuentan los historiadores que en la plaza no estaba más del 1 o 2% de la población total de Buenos Aires (400 a 800 personas), que los paraguas, si existían, eran muy pocos y caros, y encima parece que en el mango tenían imágenes del Rey Fernando VII. Si los activistas French y Berutti impidieron que llegaran a la plaza los pudientes de la ciudad (todos pro monarquía), los humildes que la ocuparon probablemente llevarían algún lienzo en la cabeza, o nada, y no vestirían tan elegantemente como los representó el artista plástico.
** Por otra parte, quizás nos dolería ver un testimonio fílmico de algunos de nuestros próceres almorzando, cuando el tenedor y otros elementos aún no habían llegado a la colonia. Los vasos se socializaban por la escasez y lo mismo ocurría con el plato sopero. A veces, cuatro cucharas atacaban el mismo recipiente, y otras se compartía la cuchara.
Cómo sería –por ejemplo- una comida en casa de los Belgrano, se preguntó el historiador Daniel Balmaceda (“La comida en la historia argentina”), y respondió:
** “Los Belgrano tuvieron trece hijos que sobrevivieron a la infancia. Descarte que en la casa contaran con quince platos, quince juegos de cubiertos y quince vasos a la hora de comer. Los vasos y cucharas compartidos más el enjambre de manos es la postal que debería quedarnos de una comida en casa de los Belgrano”
La gran mano de Napo
** En aquella Buenos Aires, cada día, en varios sitios diferentes, se debatían asuntos políticos importantes, se defendían intereses ideológicos y económicos variados y en algunos casos contrapuestos. Y de todo eso tenemos solo unas pocas evidencias que han quedado registradas en cartas o documentos, que quizás no representan más del uno por ciento de todo lo sucedido.
** Hay que ubicarse en la época. Nada de lo que hoy facilita y dinamiza nuestras vidas, existía; con excepción del pulóver con rombos, que seguramente ya era usado entonces por los cabildantes y los vendedores de pasteles. (Para completar el mal chiste nos faltó aclarar que Mirtha aún no hacía su programa de almuezos en esa época).
** Para mi gusto –y disculpe usted- mi patria ha sido injusta con Napoleón Bonaparte. Hasta donde sabemos no existe un monumento a Napo por estas tierras, salvo algunos bustos en sitios privados. Es injusto. El Corso nos hizo la pata de destronarlo al Rey Fernando VII, facilitando las cosas para que se envalentonaran nuestros muchachos en Buenos Aires y decidieran formar un gobierno patrio.
** A la distancia hay imágenes que nos llegan distorsionadas. Suena fuerte y glorioso decir Su Majestad el Rey Fernando séptimo, pero había que verle la cara de nabo, si no miente el óleo de Vicente López que se halla en el Museo Municipal de Madrid. Era tan conmovedora su cara de pelotudo que si usted lo veía parado en la vereda seguro lo toma de la mano para ayudarle a cruzar la calle. Googléelo de gusto. Pero bueno, no es con caras lindas que se escribió la historia ¿no?
Fernando el Naboleti
** Como detalle que podría parecer insignificante si no viviéramos en el Siglo XXI cuando el sexo es tema central de los grandes medios radiales y televisivos, agreguemos –sumando involuntariamente material a esta fiebre- que el joven Rey sufría de macrostomia genital, es decir, las dimensiones de su falo eran muy superiores a la media. Cambió cuatro veces de esposa pero siempre se equivocó; en vez de probar con Silvia Süller tuvo como parejas a chicas de 15 a 20 años, una de ellas su prima.
** Pero en su época no le llamaban Fernando El Nabo, sino “El Felón” (el traidor), porque conspiró contra sus padres, destronándolos. Por primera vez en la historia de España, un rey era desplazado del trono por las maquinaciones de su propio hijo con la colaboración de una revuelta popular.
** Esto ocurrió en marzo de 1808 y en mayo Napoleón lo cazó de la solapa y lo albergó con todo su séquito en un palacio francés, en Valencey, asignándole una muy buena suma anual para sus gastos. De allí no podía salir, pero podía recibir. La pasó bomba en ese lugar hasta 1814, elogiando todo el tiempo al Corso (nuestro héroe Napo).
Estaba lento el “sateli”
** Parece que la noticia tardó mucho en llegar a nuestras costas. En 1810 las novedades viajaban en veleros bergantines y carabelas que no siempre tenían vientos favorables, y al satélite Arsat a cada rato palmaba y había que cachetearlo como a radio vieja. Lo asombroso fue que, aún sabiendo que Fernando VII era un cuatro de copas, en el acta del 25 de Mayo dejaron constancia de que los criollos se organizaban para seguir siéndole fieles al monarca destituido; ni siquiera a Napo, que había sentado en el trono español a su hermano Pepe.
** Fernando, el cara e’ nabo, tenía 25 años, había reinado tan solo dos meses y hacía dos años que vivía enclaustrado en un palacio francés sin autoridad alguna.¿Te das cuenta? Ese era el rey al que le debíamos obediencia. Si hubiese existido la play seguro le llamaban el Rey del Joystick. Un Saavedra, con 61 años, podía mantenerse fiel; pero ¿cómo hacérselo entender a un Moreno que en 1810 tenía 32 años, o a un Larrea que tenía 27.
** Si hubiésemos tenido medios periodísticos en aquella época, sus periodistas hubiesen publicado todo estos mismos datos y los habrían condenado por “destituyentes”. O quizás Saavedra hubiese lanzado la campaña “La Gaceta miente”. Pero a los verdaderos destituyentes de entonces, la historia los llama próceres o tiernos y amables repartidores de escarapelitas, jeje. Bueno, es la historia que nos contó Bartolo y que ya nadie pudo sacar de las aulas.
El que tenía los fierros
** ¿Revolución de qué? Fue un gran primer paso, nadie lo niega, pero en el Acta Capitular del 25 de mayo de 1810 dejaron bien clarito: “conservar la integridad de esta parte de los dominios de América a nuestro amado Soberano, el Sr. D. Fernando VII y sus legítimos sucesores, y observar puntualmente las leyes del reino”. Lo de “legítimos sucesores” fue, según se dice, una buena jugada de Castelli y Moreno, porque el rey estaba out y el hermano de Napo no tenía legitimidad. A llamarlo “amado” obligaba una fórmula preestablecida.
** Aparte de esto, don Cornelio Judas Tadeo de Saavedra y Rodríguez era el Comandante del Cuerpo de Patricios, el regimiento más numeroso, que un año antes paró la Asonada de Alzaga convirtiéndose en árbitro de la política porteña.
Saavedra tenía “los fierros”; querer enfrentarlo con la pluma y la palabra era como muy desigual y Moreno y Castelli eran hombres de arrojo pero no masticaban vidrio. Cuando quedó claro quién manda en la aldea Buenos Aires, a Saavedra se le concedió presidir la Primera Junta de 1810. La Junta Grande se hizo después, con representantes de las provincias, que también tardaron una enormidad en ponerse al tanto y viajar. Chicos, ¿alguien todavía duda que el teléfono es un gran invento?
¡Cornelio, compadre…!
** Juntarlo a Moreno con Saavedra fue más o menos como querer armar un gobierno de coalición con Macri y Cristina (con perdón de Moreno que era idealista en serio, no un oligarca que hablaba como un progre). Las disensiones internas entre saavedristas, de tendencia más conservadora, y morenistas, de corte más radicales, no tardaron en llegar.
** Con respecto al señor Cornelio, en bien de su honor corresponde aclarar que no debe su nombre al hecho de hallarse durante largas temporadas lejos de su casa atendiendo sus deberes militares. Aún así, los cánticos de “la opo” en la calle asociando su nombre con una situación conyugal, terminarían desgastándolo.
** Aclarado aquel ofensivo rumor vinculado con el honor, que importaba más que la vida, pasemos al detalle superfluo: Ninguno de los dos duró en el cargo ni en la vida.
A Moreno lo envenenaron y murió en alta mar el 4 de marzo de 1811. Se sospecha que “este Cornelio de miércoles”, como referían a él sus detractores, lo había mandado a Londres a averiguar si llovía seguido y murió en el trayecto tras padecer síntomas de envenenamiento.
** No pasaron seis meses y a don Cornelio le dijeron: “Fiera, ¿vos no sois el Master del regimiento?, ¡recórcholis!, ya sabeis que no podeis quedaros en vuestro despacho porque teléfonos no hay. Así las cosas, te las tomáis a recomponer el Ejército del Norte que acaba de ser derrotado en Huaqui”.
No llegó ni a San Pedro don Cornelio que lo destituyeron del cargo formando primero la Junta Conservadora y luego aquel primer Triunvirato de Chiclana, Sarratea y Paso.
Y sí…¡Nadie dijo que esto fuera Harward mi viejo; ya era Argentina en esa época!
El color de aquellas cintas
** Es la narración y no los hechos lo que configura la historia. Nos han contado sobre un tierno y patriótico gesto de ‘Los Chisperos’ (dedicados a encender las pasiones), el cartero French y el flaco Berutti. Es como decir hoy que los militantes de Quebracho se vistieron de hippies y repartieron flores.
** French y su amigo organizaron aquel día un “comité de recepción” y decidieron que la Plaza se reservaría el derecho de admisión. A quienes ellos reconocían como compañeros les ataban una cinta en el antebrazo y para los burgueses, ni de acá. Más adelante estaban los patovicas que dejaban pasar solo a los encintados y corrían a los contreras. Nadie sabe muy bien qué color tenían esas cintas, pero probablemente tuvieron el color que había disponible la tienda del barrio en cantidad suficiente. La época, el limitado surtido y las condiciones económicas, no daban para fijarse en esos detalles.
** Un aplauso para el flaco Berutti, que según versiones aún bajo sospecha, fue quien aportó la Maizena para la chocolatada en la Plaza.