Mi amigo el Beto
Tiene canas por todos lados el Beto. Va lento, pero va. Se camina toda la ciudad. Una vez lo vi en la costanera, junto a otros perros, ladrándole a los autos que pasaban y me sorprendí; nunca imaginé que alguien pudiera ser grácil, torpe y frenético a la vez.
La que acabo de relatar es una escena que no le hace justicia a alguien tan manso. Pero ya que lo estoy difamando, cuento otra. Una vez le ladró a un auto y el conductor, rabioso, se bajó y lo pateó. Era un pelado enorme cuyo pie, nomás, era del tamaño del Beto. Al ver lo que pasó le solté al tipo: ¿¡Qué hacés!? El pelado me respondió a regañadientes que el perro le había rayado el auto. Mentira. Y por más que hubiese sido cierto, no es racional pensar que pateando al perro se solucione el problema.
Hay gente que piensa así. O, mejor dicho, que no piensa. Se enojan con los perros porque corren a las motos. Es verdad que existen perros agresivos, pero creer que la problemática de la sobrepoblación canina en las calles de Victoria es responsabilidad de los perros mismos es, con todas las letras, una estupidez.
Dio la casualidad que, esta semana, el miércoles, fue el Día Internacional del Perro Callejero. Hace rato que quería decir algo del Beto o de cualquier otro en su situación, pero no encontraba la excusa ni tampoco el formato adecuado.
Debido a las peripecias de la Providencia, Delfina Zabala (quien fue una de las fundadoras de la Asociación Protectora de Animales y Plantas en 1.989) me llamó por un tema y terminamos hablando de los perros en Victoria y, en consecuencia, del Beto. Lo encontraron en la costanera abandonado hace más de dos años. Junto a Claudia Laquín decidieron cuidarlo. Beto duerme todas las noches en el living de Delfina y a la mañana pide salir. Le están buscando una familia, para que deje de estar expuesto a los peligros de la calle, a gente como el pelado.
Ya está viejo el Beto. Igual, en sus ojos, detrás de esa película que vela la mirada de los perros añosos, todavía hay una chispa de picardía. En su mirada adivino una vida extraviada. Debería tener un hogar, pero los locos de los perros ya no sabemos cómo inventar más espacio. Así que buscamos a los cuerdos.
Y aquí estoy yo, como Julio Sosa diciendo: “Pido permiso, señores”, para contarle a los lectores lo que ya es evidente. No podemos seguir ignorando, como comunidad, nuestra responsabilidad en esta problemática. Éste es de esos problemas de difícil solución porque requiere madurez colectiva y no se puede solucionar a las patadas. Ojalá, algún día, ya no haya perros en la calle. Ojalá, algún día, ya no haya personas que abandonen amigos.