“Me mueve la fe en Dios, lo demás viene solo”
Crespo.- Mirta de Senger fue durante tres décadas la primera persona que muchos pacientes veían al entrar al Centro Médico. Desde la mesa de entradas prodigaba su sonrisa amable y sus comentarios vivaces a quienes iban en busca de respuestas a sus dolores y enfermedades. En diálogo con Paralelo 32, Mirta, el nombre de pila con que la conocieron todos, repasó su vida, siempre llena de trabajo y proyectos personales que se le fueron dando, con un permanente agradecimiento a Dios por las pruebas que pasó y por las respuestas que obtuvo.
Nacimiento y primeros años
– ¿Dónde nació?
— Nací en Paraná, el parto fue en el Sanatorio ‘La Entrerriana’; y me crié en el campo,
en Colonia Merou hasta los 13 años. Yo era ‘re chijeta’. Una cosa que siempre cuento es que le decía a mi mamá ‘no me comprés un vestido, comprame un libro’. Yo me quería ir del campo, quería estudiar, crecer, adelantar. Tenía otros proyectos. Era muy distinta la vida en esa época. Hoy en día tener un campo tiene otro valor y se vive de una manera diferente. Pero en ese momento… aparte, papá siempre estaba enfermo. Y qué iba a hacer yo en el campo.
Religión
– ¿De qué iglesia era su familia?
— Éramos de la Iglesia Luterana San Pablo. En realidad, las raíces y la historia de mi mamá estaban relacionadas con la Iglesia Adventista y ‘la villa’. En Libertador San Martín, una calle lleva el nombre de Jorge Lust, mi bisabuelo, quien donó el campo de la colina donde está el Sanatorio.
– ¿Lust era adventista?
— Ahí debo recurrir a la historia familiar. Mi bisabuelo Jorge Lust se casó dos veces, una esposa era protestante y la otra, adventista. Había hijos de los dos lados religiosos. Mi abuelo se casa con una mujer de la Aldea Protestante, de la Iglesia Luterana San Pablo. Mi bisabuelo le dio campos en la zona de Libertador San Martín. Mi mamá nació allí y se fue a los tres años. Una vez fuimos con ella a buscar su casa y la encontramos. Ella se acordaba de todas las cosas, a pesar de haber pasado tanto tiempo.
– ¿Es de recordar cosas también?
— Yo, de pocas cosas me acuerdo. Según mi esposo, perdí memoria luego que tuve una isquemia cerebral (interrupción del flujo sanguíneo, N. de R.). Perdí algunos recuerdos que antes tenía, pero no me quedaron secuelas físicas, por suerte.
En Colonia Merou
– ¿Cómo llegaron a Colonia Merou?
— A mi abuela Lust no le gustaba el lugar, cerca de Libertador San Martín. Entonces, compraron un campo en Colonia Merou. A todo esto, ya había donado mi bisabuelo la colina a la Iglesia Adventista.
– ¿Quién fue el Heimbügner que vino de Rusia?
— Mis abuelos y mis dos tíos mayores nacieron en Rusia, mi papá fue el único que nació en la Argentina. Mi abuelo Heimbügner se llamaba Alejandro, como mi papá. Mi mamá tenía una frase muy propia de ella ‘esto es una palabra’, y subrayaba ‘palabra’, como para dar a entender algo que sobresale, bueno o malo. Nosotros, peor hablados diríamos, por ejemplo, ‘esto no tiene gollete’.
– ¿Dónde estudió?
— La primaria la hice en la escuela de Colonia Merou. Como quería estudiar, mamá me dijo ‘si te vas, te vamos a llevar a que te ayuden’. Una prima que venía de Paraná, me corregía los cuadernos, tenía diez de nota pero no era para diez. Mi maestra era Imelda Kemerer, que la quiero hasta el día de hoy. Ella me ayudó y me decía ‘vos tenés que irte, tenés que estudiar’. Pero era una maestra para todos los grados. Aparte yo era ‘rechupamedias’, hay que reconocerlo (sonríe). Alguien le aconsejó a mi mamá que no me traiga directo a Crespo, a la Escuela de Comercio. Aparte no sabía hablar bien el castellano. Era puro coraje lo mío.
– ¿No sabía castellano a los 13 años?
— Sabía muy poco castellano, aprendí bien en Paraná. Me llevaron a Paraná, a la casa de mis parientes. Estaba a una cuadra de la escuela y allí terminé séptimo grado. Mi prima era maestra y todos los días me daba clases. Es como que hice toda la primaria en un año. Aprobé, me fue bien. Pero la maestra nunca aprendió a pronunciar mi apellido. Me decía ‘la chica del apellido difícil’ o ‘la que vive en lo Erbes’, la familia de mi prima. Después mis padres me trajeron a Crespo para hacer la secundaria en el Instituto Comercial. A los 14 empecé el secundario, hice tres años de turno diurno y en cuarto me pasé al nocturno, porque yo ya quería trabajar. Estuve en pensión esos años. El primer año en Crespo estuve en la casa de Holdstein, detrás del Hospital. Después en la casa de doña Albertina Caro, ‘doña Caro’. También viví en calle Otto Sagemüller, frente a la telefónica, en la casa de doña Hess. Luego me fui a vivir a la casa de don Otto Wollemberg y ahí estuve hasta que me casé. Hacía trabajos de limpieza y les ayudaba a ellos para pagar menos pensión. Terminé un día la secundaria en 1975, y al día siguiente empecé a trabajar en La Agrícola Regional, en la sección tienda. Tenía 18 años.
– ¿Con quién trabajó allí?
— Estuve en la tienda con ‘el negro’ Márquez, con ‘Tela’ Bauer de Schwindt, Norma Romero, Edith Weinbinder, Rita Kappes. Alfredo Stürtz era mi jefe. Oscar Schmidt, todos ellos. Estuve casi cinco años en LAR; después me casé, seguí trabajando un tiempo. Finalmente dejé y me fui a vivir al campo. Mi marido, Reinaldo, tenía una granja familiar, vivimos un tiempo. Había crisis, era por el año 1980, no funcionó el campo. Estuvimos con un crédito indexado (resolución 1050 del Banco Central, que actualizaba deudas y no se podía terminar de pagar. Muchas pymes se fundieron pagando créditos bancarios, N. de R.), y quedamos ‘con una mano atrás y otra adelante’. La familia vendió mucho capital para pagar las cuentas, no se debió nada pero el negocio cayó. Nosotros volvimos a empezar con una camioneta que fuimos a buscar a Buenos Aires. Viajábamos al Chaco, a Misiones o a Corrientes, a vender gallinas.
Volver a empezar
– ¿Ud. y su marido?
— Sí. Empezamos de la nada. Ya teníamos a nuestra hija, Evelina. Yo dormía arriba de la camioneta y Evelina arriba mío. Reinaldo dormía arriba de las jaulas o en el piso. Vivíamos en carpa. Nos casamos en diciembre de 1977, nos fuimos al campo y estuvimos más o menos dos años en el campo, cerca de Aldea Santa Rosa. Evelina tenía dos años y medio, más o menos. Si Reinaldo llevaba un peón había que pagarle y no podía. En ese momento yo no tenía trabajo porque había renunciado en La Agrícola.
– Cómo se iba a suponer que se podía caer una empresa por créditos indexados.
— Tuvo que ser. Y si yo después iba a andar chillando, de qué me servía. Pero, además le digo que éramos felices saliendo a vender gallinas. Vos sos joven, te da para todo. Y teníamos muchas ganas de trabajar. Yo siempre fui muy laburadora, no tengo pereza para nada. Después, salí a buscar trabajo. Me anoté en varios lugares. Me comentaron que don Canavesio hacía un supermercado, me fui y me tomó. Pero lamentablemente duró tres meses y cerró. Habré estado tres días en mi casa y me fue a buscar Ernesto Schneider y estuve cinco años en su tienda, ‘La Favorita’. Después me llamaron del Centro Médico, no fui a pedirles trabajo. Tuve esa suerte.
En el Centro Médico
– ¿Quién estuvo interesado que fuera a trabajar?
— El doctor Eduardo Fernández Armesto y la doctora Ana Kempa. Porque mi familia era paciente de ellos cuando habían venido a Crespo. El doctor Fernández había ido a nuestra casa en el campo. Mi familia era muy tímida; yo soy corajuda pero en el fondo tengo un complejo de inferioridad y el doctor Fernández me ayudó a superarlo. Por eso siempre lo quise. Mi cuñada estuvo a punto de morir y él le salvó la vida. En agradecimiento lo invitamos un domingo al campo. Le hicimos lechón al horno. Yo estaba ya en Crespo, era como que estaba ‘más preparada’ para hablar con él. Compramos vasos para esa ocasión, preparamos la comida e hicimos torta para la tarde. El doctor había ido con su tía, era soltera y él vivía con ella. A la tarde, andábamos a las vueltas entre nosotros, no sabíamos qué darle. Yo me animé y le pregunté ‘¿Uds. qué toman a la tarde?’. El me respondió ‘querida mía, yo soy igual que Uds., tomo mate’. Me quedó eso. En esos tiempos el médico era ‘palabra sagrada’, se guardaba mucho respeto. Era ‘palabra’, como decía mi mamá.
– Palabra sagrada eran el médico, el cura y el maestro de campo.
— ¡Mirá que yo iba a ir a casa con una queja del maestro! ‘Algo habrás hecho’, me respondían. No como hoy en día. Después, cuando trabajaba en La Agrícola Regional, yo iba a su consultorio, me atendió en el parto el doctor Fernández. Un día que fui a su consultorio, me adelantó que estaba por abrir una clínica y que me iba a llamar para trabajar. ‘¿En serio?’, le dije. Me respondió ‘sí, porque voy a necesitar gente como vos, que tenga carácter, ganas de trabajar y que sepa hablar alemán’. El tipo me había observado y sabía que no tenía pereza para trabajar. Cuando llegó el momento, me contó que estaban de reunión y el doctor Fernández dijo que tenía ‘una rusa de esas laburadoras y con un carácter’. Ana Kempa también dijo que tenía una de esas. Resultó que ambos se referían a mí. Así que me llamaron, estaba trabajando con Schneider y le dije que me iba a ir. Después que me fui, Ernesto me llamó de vuelta para trabajar a la tarde, porque ‘la gente me reclamaba’. Como no teníamos un mango, me fui a trabajar un tiempo. Fueron algunos meses porque no me daba el físico.
Trabajar
– Pasó por una tienda, por La Agrícola, trabajó en el campo, en la ‘malaria’ salió a vender pollos por el norte, y estuvo 30 años en la mesa de entradas de una clínica. De todos esos trabajos, cuál le dejó mejores recuerdos.
— De todos tengo lindos recuerdos. El Centro Médico fue muy profundo e importante para mí porque fue algo distinto a lo que yo había hecho mucho tiempo, que era trabajar en tienda y vender ropa. De golpe, era ir a trabajar para dar amor y cariño a gente que llegaba con muchos problemas y dolor. Yo era la primera persona que trataban en ese lugar. En el Centro Médico entré el 1º de septiembre de 1986 y me inscribieron el 2 de enero de 1987. Mi último día de trabajo fue el 29 de febrero de 2016.
– ¿Le hicieron una despedida?
— Unos días después de dejar de trabajar me hicieron una fiesta muy emotiva, en la Sociedad Italiana. Yo me lo imaginé, hablé unas palabras de agradecimiento. Ellos también tenían algo para decirme. Me dijeron que eran palabras de agradecimiento hacia mi persona por esos 30 años en la empresa. Que siempre fui incondicional. Fue muy fuerte, porque en ese trabajo se viven muchas cosas. Algunas no me las olvido jamás. Por ejemplo, un muchacho que yo conocía un día llegó a la siesta, no había nadie, estaba sola y me dijo ‘Mirta, llamá al doctor Fernández que me corté el brazo’ y venía sin el brazo. Después, me pasó como tres veces que el doctor Fernández estaba operando y el paciente estaba grave; me llamaban y me decían que tenía que dar sangre porque se moría el paciente. Yo daba sangre y después seguía trabajando. Pero lo hacía con todo amor. Y pasás un montón de cosas, momentos lindos y feos. Fue muy lindo el Centro Médico porque era una empresa que recién empezaba. Entonces, éramos como una gran familia.
Jubilada
– ¿Cómo fue pasar a la jubilación?
— Yo creía que no podía dejar mi trabajo. Pero mis hijos y mi familia me mentalizaron que tengo que hacer otra cosa en mi vida y estar un poco más para ellos. Salí de un día para el otro. Uno siempre tiene idea de hacer otras cosas. Pero no me daba el tiempo, o llegaba a las cuatro de la tarde, cansada. De todos modos, hice otras cosas fuera de la casa. Soy vendedora de Avon desde hace como 30 años, hago dulces. Y siempre anduvimos medio ajustados con el mango. Recién hace tres años que estamos arreglando la casa. Mis hijos estaban estudiando y no nos daban los números. No es que me quejo, agradezco. Pero esa era la realidad.
– ¿Su marido siempre con la quinta?
— Hace más de treinta años, con las plantaciones de verduras. No tenemos terreno propio, tenemos que pagar alquiler. Por ahí no es fácil. La mudanza que hicimos hace poco fue terrible, un gasto tremendo. Pero agradezco a Dios que a esta altura de mi vida me da mucha salud, mucha energía. Estoy contenta de haber hecho aquello en la vida, pero Dios me da oportunidad de hacer otra cosa más. Yo pienso que uno siempre debe tener un proyecto de vida.
– ¿Cuál es su proyecto hoy?
— La quinta, me encanta estar en la naturaleza. Y la posibilidad de volver a estar entre la gente, que yo amo eso. El doctor Fernández me decía que tenía alma de vendedora. Yo tenía puesta la camiseta, sentía que el Centro Médico era mío. Me sentía parte.
– Y los dueños siempre fueron buenos con Ud.
— Siempre. Había días tensos, es obvio, como en cualquier lugar. Siempre tuve buena relación con todos. Una de las cosas que me costó mucho fue aceptar la muerte de mis dos jefes, los doctores Fernández y Bisheimer. Fue un golpe muy duro para mí. Fue muy duro ver… para colmo siempre era una de las primeras que se enteraba qué estaba pasando. Con Fernández fui la primera en enterarme. Se hizo una placa, me llamó al consultorio y, nunca lo voy a olvidar, me miró y me dijo ‘yo me voy a morir’. Esas cosas fueron muy duras para mí. El tema es que ese trabajo a veces era muy duro porque estaba con una persona con mucho dolor, lloraba con esa persona. Pero después iba al mostrador y el que venía no tenía la culpa si estaba triste por otro. Yo tenía que atenderlo bien y sacarle una sonrisa.
La familia
– Con tanto trabajo, ¿cómo crió a los hijos?
— A los ponchazos. Pero, siempre me pasaron cosas muy lindas.
– ¿Le ‘cobraron´ sus hijos por no estar con ellos?
— No. Mis hijos no me reprochan nada, al contrario, agradecen. Porque saben que si no hubiésemos hecho el esfuerzo no estarían donde están. A veces hay dolores que te quedan y ellos no lo sabían. Me iba más de una vez llorando porque había que dejarlos, a veces la niñera no venía. Un día vino mi hermano del campo y encontró a mi hijo mayor en pijama, en pleno frío, con la almohada en la mano ‘esperando a mi mamá’, porque la niñera no había llegado. Después al más chico lo criaron los hermanos mayores. En el Centro Médico fueron muy buenos, pero yo también era exigente conmigo misma. A veces estaba descompuesta y el doctor me decía ‘andate a tu casa’. Pero le decía ‘deme una pichicata o algo para que mejore, porque hay mucha gente y mucho trabajo’.
Estudiante
– ¿Fue buena estudiante?
— La secundaria me costó mucho, pero tenía voluntad. Era una chica de campo y a veces los del pueblo se reían de uno. Me costaba estudiar pero yo creía que no le podía fallar a mi mamá. Lo mismo me pasaba en el trabajo. Yo sentía que no podía defraudar a mis patrones. Si me habían buscado porque me tenían confianza, cómo les iba a fallar. Así también me pasaba con mis padres. En primer año rendí cinco materias, casi me mataron. Pero las aprobé. En segundo año rendí tres, y después no rendí más. Tenía mucha fuerza de voluntad y me decía ‘voy a llegar’. Siempre me costó mucho todo, principalmente la parte económica. Creo que Dios me ama demasiado, pero tengo que hacer mucho esfuerzo para llegar. Mi sueño era comprarme un auto, y nos compramos dos autos cero kilómetro. Primero un ‘9’ y después la Kangoo. De a poquito estamos arreglando la casa, que heredé de mis padres. Una cosa que recalco siempre es que tengo un buen compañero, hablamos mucho y luchamos juntos. También hablamos mucho con los hijos. Los dos estamos jubilados. Y vamos a ser realistas: la jubilación no alcanza y estar todo el día en casa al santo botón no es para mí. Como ama de casa no me llena. Necesito otra cosa. Sueño con viajar, hemos hecho viajes. Los problemas nos aferran más y más juntos estamos.
– ¿Cómo conoció a su marido?
— Nos conocimos en la escuela de Comercio. Reamente el día que lo conocí me gustó. Él me dijo que le gustó que yo fuera muy madura. Los dos éramos un poco distinto al común de la gente y siempre nos complementamos.
Quién es
Mirta Noemí Heimbügner de Senger, tiene 61 años, nació el 1º de octubre de 1955. Sus padres fueron Alejandro Heimbügner y María Luisa Lust. Su bisabuelo Jorge Lust fue quien donó a la Iglesia Adventista la colina desde donde se desarrolló el Sanatorio Adventista del Plata y la comunidad de Libertador San Martín.
Mirta está casada con Reinaldo Felipe Senger, de 69 años. El matrimonio tuvo tres hijos: Evelina, psicóloga y docente, con dos hijos y un tercero, hijo de su segunda pareja; Alejandro, oficial del Ejército, casado y sin hijos; y Jonatan Santiago, ‘Santi’, soltero y a punto de recibirse de guardaparque; trabaja en el Parque General San Martín conocido como “Parque Berduc”, cerca de Paraná, que es una reserva natural provincial.
Filosofía de vida
– ¿Cuál es su filosofía?
— Me mueve la fe en Dios, y lo otro viene solo. Si aprendés a dejar todo en manos del de arriba, las cosas se dan solas. Por supuesto que hay que trabajar, no sentarse de brazos cruzados. Y todo en la vida pasa por algo, viene de arriba y así tiene que ser para vos. Agradezco a Dios que me dio la oportunidad de trabajar, conocer gente. También agradezco que ahora me siento libre, porque antes estaba atada a las obligaciones en una empresa. Ahora estoy en una empresa familiar pero ya es distinto. Si llego tarde, a lo sumo venderé un kilo menos de zapallo. También valoro mucho la sencillez, la humildad, la sinceridad y las amistades. Son cosas muy importantes para mí. Cuando me hicieron la fiesta de despedida de la clínica, mis compañeras me regalaron un escrito con frases que yo siempre digo: ‘Nunca hay que perder la humildad’; ‘En la vida todo se soluciona hablando’; ‘La vida es una rueda’; ‘Siempre hay que ponerse en el lugar del otro’; ‘Más vale pasar por tonta que por peleadora’.