Los mosquitos delatan nuestra contradicción
Luis Jacobi (Periodista – Director periodístico de P/32)
Viendo las nubes grisáceas y tóxicas que van escupiendo por sus bocas esas máquinas fumigadoras de arrastre o las mochilas que cargan los municipales en muchos municipios, ya no solo en los costeros, para fumigar y matar a los molestos mosquitos que desbordan nuestra paciencia este año, se pone en evidencia una gran contradicción. Es inevitable preguntarnos si quienes a la primera oleada de mosquitos reclaman fumigación y que además derraman insecticidas dentro de sus casas, son las mismas personas que militan contra las fumigaciones en el agro. O quizás no son militantes pero apoyan decididamente la teoría de la no pulverización en campos y huertas, y se permita que los insectos se coman los cultivos o los infecten con total libertad.
Si se trata de las mismas personas, muy respetables por cierto, estamos frente a una gran contradicción, porque para controlar las plagas en la ciudad (especialmente insectos en general, alacranes y otras alimañas, así como roedores) se usan también plaguicidas así como el productor los debe usar para controlar plagas que atacan sus cultivos; aunque si somos más precisos, digamos también que es diferente la frecuencia de aplicación.
Entonces, o los insecticidas no son tan malos, o es el miedo lo que de pronto nos hace verlos amigables cuando nos defienden contra el Dengue, Zika y Chicungunya.
Si hoy tuviésemos clases presenciales en las escuelas de campo, ¿se suspenderían por la insoportable insistencia de miles de hembras del mosquito que salen a buscar sangre humana y animal porque de esa proteína se conforman sus huevos? Probablemente no. Tal vez se priorizaría la educación, aunque de esto ya no podemos estar seguros desde hace tiempo. La otra opción es que, para hacer soportables las aulas, se eliminen los mosquitos con algún piretroide; el mismo que se usa en los campos (cipermetrina, permetrina, praletrina, transflutrina), que en ambientes cerrados quedan más concentrados y en las ciudades se depositan en infinitos puntos por donde se transita o se tiene contacto.
Con respecto al campo y sus escuelas, es cierto que la mayor controversia en cuanto al punto de vista toxicológico y ambiental está planteada sobre el glifosato, que es un herbicida, aunque se lo provee en varias formulaciones para diferentes usos, tema en el que no nos meteremos porque no es tan lineal como parece. Aquí estamos hablando de plaguicidas, utilizados actualmente en más del 90% de las prácticas agrícolas en el mundo según datos académicos.
Lo que queremos referir es que, cuando se legisla, se mete en la misma bolsa todo lo que sale de una pulverizadora (mosquito); pesticidas, herbicidas, fertilizantes de hoja o de suelo… Y cuando alguien ve una máquina de ésas, llama a la policía sin preguntar antes si no se está aplicando un fertilizante, o si la práctica de ese día es evitable, siendo imprescindible por ahora en todos los cultivos aunque se trate solo de cultivar morrones en el patio o balcón de casa.
Los mosquitos vienen para recordarnos que es su especie, la de los insectos, la que se multiplica exponencialmente sobre la tierra, que desearían no ser molestados para poder multiplicarse mucho más, repartirse territorios, crecer con una alimentación sana y vivir sin sobresaltos devorando alimentos para humanos y animales de consumo. ¿Qué haremos con ellos, cuando además, algunos son vectores de enfermedades graves?
Si se lo preguntamos a la OMS (Orga. Mundial de la Salud) o a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), recomiendan el uso de insecticidas para fumigar en espacios abiertos como medida de salud pública para controlar larvas y mosquitos adultos, y también en espacios interiores, tratándose de productos autorizados por la OMS. Incluso recomienda abrir las ventanas de las casas (y escuelas de ciudad y rurales) cuando se está pulverizando: “Las autoridades públicas deben informar a la población con anterioridad para que dejen abiertas puertas y ventanas, de manera que los insecticidas entren en las viviendas”.
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Es indispensable que la humanidad bregue por un medio ambiente más sano y alimentos saludables, pero no al margen de estudios honestos para resolver las contradicciones. Los pesticidas no son inocuos –aunque son controlables con los métodos de las buenas prácticas agrícolas– el caso es que evitan males mayores, como el Dengue, Sika, Chicunyunga, y el hambre del mundo (casi nada).