Sociedad
Lorena Miranda: entre la enfermedad, las pérdidas y una razón para seguir
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Su vida parece marcada por la pérdida, pero ella eligió no dejarse definir por el dolor • “No me puedo caer, ella me tiene a mí”, dice sobre su hija Solange, su motivo para levantarse cada día.
Lorena Miranda tiene 52 años. Nació en Buenos Aires y llegó a Victoria en 2019, buscando un poco de paz después de demasiados golpes. En apenas una década perdió a su mamá y a tres de sus hermanos: dos de cáncer y uno asesinado en una pelea absurda. “Fue mucho —dice—, emocionalmente era demasiado. Pero no podía caerme, porque tenía que estar bien por ella”. “Ella” es Solange, su hija de 25 años, que nació con síndrome de Down y un problema cardíaco, y que hoy es su sostén, su compañía y su motivo de vida.
A los pocos meses de mudarse, ya instalada cerca del hospital, Lorena recibió otro golpe: el cáncer. “Me salió un bulto en el pecho, pensé que era un golpe. Pero no”, recuerda. Empezaron los estudios, la operación, la biopsia. Al principio parecía benigno, pero el diagnóstico final fue claro. “Cáncer. Lo primero que pensé fue en mi pelo, porque nunca me lo había cortado. Pero después entendí que eso era lo de menos”.
Le tocó hacer quimioterapia en plena pandemia, viajando a Paraná cada tres semanas porque en Victoria aún no había servicio oncológico. “Fue devastador, pero seguí. No me podía permitir quedarme en cama”. Hoy continúa su tratamiento con una medicación oral que deberá tomar por el resto de su vida. “Es una quimio cada 21 días, y descanso una semana. Mientras la tome bien, tengo chances. No me cura, pero me mantiene viva”.
Habla con serenidad, sin victimizarse. En el medio del relato se detiene para contar lo que, según ella, fue el peor susto de su vida: una noche, mientras dormían, Solange tuvo una convulsión. “Jamás había tenido una. En ese momento me di cuenta de que no podía derrumbarme. Ella me tiene a mí. Si me ve mal, se pone mal. Así que no me puedo caer”.
La vida de Lorena ha sido una sucesión de pérdidas, pero también de aprendizajes. Crió sola a su hija, trabajó veinte años en una panadería y cuando la enfermedad la obligó a dejar de hacerlo encontró otra forma de resistir: cuidar, sostener, seguir. “Siempre trabajé, no tengo mayores ilusiones. Pero me levanto todos los días y hago lo que hay que hacer”, dice, sin lamento, solo con verdad.
Vive con su hermana, que actualmente también atraviesa problemas de salud, y con su hija. Entre las pensiones y los gastos del hogar, llega con lo justo comentó a Paralelo 32 (quienes quieran ayudarla puede contactarse al 3436518079). Aun así, mantiene el ánimo: participa en talleres de la Fundación Oncológica, donde comparte experiencias con otras personas que están en tratamiento. “Uno carga mucho. Ahí aprendí a soltar un poco”, cuenta.
Lorena no espera compasión. Lo que pudimos percibir en ella es otra cosa: dignidad. Una claridad ante la adversidad, que desarma. Sabe que su enfermedad no se irá, pero eligió que tampoco la defina. “De las cosas feas siempre se puede aprender. Siempre se puede hacer algo, aunque sea levantarse y seguir. Yo tengo cáncer, sí, pero también tengo motivos”.
Y en esa frase está su enseñanza: que la vida no siempre da tregua, pero sigue valiendo la pena cuando hay alguien —aunque sea uno solo— que te mira y te necesita.

