Las ‘barras’ de las redes sociales
** ¿Cuándo fue la última vez que cambiaste de opinión sobre algo importante? Y cuando eso sucedió, ¿fue a raíz de una discusión acalorada o fue más bien un proceso gradual y discreto? ¿Cambiaste de opinión, o se la hiciste cambiar a otro durante o después de uno de esos cruces de alta intolerancia en Facebook, Whatsapp o Twitter?
Seguro que no. Basta leer al azar alguna de estas discusiones, chicanas y descalificaciones que suelen darse al pie de alguna información motivadora, una falsa noticia, o lo que fuera. Buscar al final de uno de esos cruces las palabras ‘tenés razón’, es como querer encontrar una estampita de Lucifer en un convento.
** Esos contrapuntos entre Montescos y Capuletos siglo XXI en las redes sociales son una triste y generalmente pobre réplica de lo que sucede en el Congreso de la Nación o nuestras legislaturas provinciales. Allí se pueden oír discursos (incluso brillantes), argumentaciones irrefutables, y sin embargo cada uno votará como dijo que votaría antes de la sesión, en fidelidad con su compromiso político. No importan las razones; importa cumplir el objetivo y ser fiel a quien los bendijo poniéndolos en la lista de candidatos. Los hechos, las razones y aún la propia Constitución, son moco de pavo.
** Son debates entre sordos. Sin embargo eso debería ser diferente en las redes sociales. ¿Por qué? Porque los del Congreso reciben guita y privilegios para perder su tiempo en discursos que nadie escucha y hasta para agredir y descalificar, y no les importa opinar hoy de una manera y mañana de otra cuando cambian de bando para seguir en el generoso alfalfar del poder público. En cambio en las redes sociales nadie cobra por su tiempo y energías puestas al servicio de la intolerancia. ¿entonces, por qué?
A cada gilada, fans giles
** Por supuesto, estupidez o genialidad; sepas o no sepas, digas lo que digas o hagas lo que hagas, siempre tendrás detractores y seguidores. Permiso para distendernos con un ejemplo absurdo:
Poco tiempo atrás un influencer tuvo una extraña ocurrencia. Tomó todos los libros de la saga Harry Potter, los fue hojeando uno por uno y donde encontraba el nombre del personaje central lo tachaba y superponía la palabra concha. Los ofreció en venta por 20 mil pesos cada tomo y tuvo compradores. (se puede ver en @gabrielHLucero).
** El propio autor del mamarracho se asombró de haber vendido uno de esos libros en veinte lucas. No lo podía creer. El chico solo quería hacer algo loco y al parecer no lo había pensado como negocio e incluso no sabía cómo enviarle al comprador el libro vendido. Lo compró un fan de este pibe, un excéntrico o un despistado. No viene al caso. Se demostró que, no importa la idiotez que se proponga como arte o como idea, siempre habrá otro idiota que la aplauda.
Así funciona el mundo. Y de última, ¿bajo qué parámetros o paradigma se puede afirmar que lo del influencer es una idiotez o una genialidad?
Somos yo y los equivocados
** ¿No has notado que en nuestra sociedad crece día a día la proporción de fanáticos? El fanático ejerce un entusiasmo ciego, torvo y desmedido. Se caracteriza por su espíritu maniqueo y por ser un gran enemigo de la libertad. El fanático lee solamente los libros o mira los canales que confirman lo que él quiere creer.
Lo que tiene de molesto el fan es que no entiende ni acepta que usted no esté enrolado en un uno u otro lado de ese circo romano que es la política. Y como no lo entiende, le adjudicará siempre una posición contraria a la de él, sólo porque usted es capaz de pensar y dudar.
** Para el fanático no cabe el debate inteligente o la búsqueda común de la verdad, de la que se cree dueño y si alguien quiere saberla debe consultarle, jamás confrontarlo. Tiene todas las respuestas hechas y si no le alcanzan, se defiende agrediendo o descalificando al discrepante. Siempre pertenecerá a alguna tribu, necesita sentirse parte de algo importante, sea el color de una camiseta o un partido político. El cree lo que la tribu cree y punto. No necesita seguir buscando a través del cuestionamiento contenido en la crítica del otro. Vive en un mundo, en definitiva, contrario a la mutable naturaleza humana. Porque el mundo, la sociedad, es dinámica y mutante.
** Se parece a la fe del carbonero contestándole a Mandinga: Yo creo lo que cree la Iglesia. Y bien ¿qué cree la Iglesia? Ella cree todo lo que yo creo.
Se acabó la discusión porque se cerró el círculo, porque solo hay fe, no conocimiento.
El parecer de un lego
** Seguramente los psicólogos y filósofos tienen mucho para decir sobre este fenómeno del fanatismo, nosotros somos legos que dicen lo que ven o creen ver, y lo que les duele ver. Tan solo somos testigos de las décadas, de haber visto que se empieza simpatizando con un deportista, un club, un político, un partido, etcétera, y finalmente se lo canoniza. Quizás sea esta una actitud existencial aprendida del fútbol, donde no hay términos medios ni tonos grises. Estás o no estás. A lo que se idolatra el fan, básicamente lo convierte en algo canónico; lo canoniza.
** El fanático es fiel a algo a pesar de todas las razones en contrario. Vive en un mundo, en definitiva, contrario a la mutable naturaleza humana.
Es saludable tener convicciones profundas, pero eso es otra cosa. La convicción tiene sed por la búsqueda de saberes. El sabio se conforta en deliberar con los que piensan distinto para comprobar si sus propias convicciones son sólidas o hacen agua por alguna parte. Y cuando es vencido agradece como un ajedrecista.
Canonizando ídolos de barro
** En el fútbol profesional vemos situaciones así. También en la política. Porque no es lo mismo ser un hincha que un fanático. El hincha convive naturalmente con la sociedad. El fanatismo, desde el punto de vista social, es el mayor disparador de situaciones de violencia, de enfrentamientos callejeros, de pintadas que no sólo afectan a la vía pública sino que se extienden a fachadas de casas particulares o interiores de escuelas, y a todo ámbito donde exista un fan socialmente inadaptado. En el campo de las militancias políticas lo vemos con sobrada frecuencia.
** No sabemos si en otras sociedades ocurre lo mismo pero en la Argentina canonizamos a aquello que nos gusta. Pongamos como ejemplo a Diego Maradona (Nunca al Dr. Laureano Maradona, por supuesto). A muchos no les basta con admirarlo. Lo toman y “lo colocan más allá de la pura adoración, sobre un pedestal bajo un domo rodeado por un campo de fuerza, para impedir que las sucias manos de los demás, sus opiniones y las fanaticadas menos dignas, no lo mancillen ni le falten el respeto”. (aquí le robé letra al NYTimes). Eso es convertirlo en algo canónico, en el canon.
** En fin, y sin generalizar, nosotros somos aquellos de quienes nuestros padres dijeron que nos cuidáramos. También somos los que soñaron un siglo XXI altamente civilizado y el sueño sigue en espera. “Aparte de esto, gracias a Dios, la vida pasa felizmente si hay amor” (Aguilé)