“Hay que plantar un arbolito y no olvidarse de regarlo todos los días”
Crespo.- El comerciante Roberto Schmidt es la segunda generación de un comercio que hace más de 80 años comenzó en la misma casa, su padre, Federico. En una entrevista con Paralelo 32, recordó sus viajes en los años de juventud, la vida de sus abuelos venidos de Dinamarca. Y un amplio repaso por el Crespo de hace 60 años, cuando todavía no había llegado el asfalto a las calles céntricas, pero la dinámica comercial y de producción se respiraba plenamente.
80 años
– ¿El negocio lo comenzó su padre?
— Sí, empezó en 1936, el año pasado se cumplieron 80 años. Está entre los más antiguos, junto con La Agrícola Regional, que cumplió 106 años y con Sagemüller, que es de fines del siglo 19. Tengo facturas de 1939, antes que yo naciera, cuando el comercio se llamaba “Ferretería Alemana”. Tengo una factura de la venta de una bigornia, vendida a don Hess, padre de Luis Hess. Mi viejo tenía visión futurista. Detrás de la factura, al dorso, había publicidad de marcas de la época: pinturas brillantes “Boston” y “Coqueta”; aceite comestible “Proa”; esmaltes “Monolín”; faroles a kerosene “Optimus”. Ponía ‘guarde esta boleta, tiene valor. Vea la disposición de objetos útiles que Ud. puede conseguir gratis canjeándolos por boletas de compras efectuadas en mi casa’. Después terminó cambiando ‘Ferretería alemana’ por ‘Casa Schmidt’; acá hay una factura de 1944. Tenía ferretería, almacén, bazar, pinturería, cortado de vidrios. Alimentos para aves, cocinas, lámparas, repuestos. ‘compro huevos, pago el mejor precio de plaza, traiga y se convencerá, sea inteligente, sepa comprar’.
– Muy completo el comercio.
— Mi padre era proveedor de fardos de alfalfa para las caballerizas del Ejército. Acá hay una factura, dada a don Adán Goette, de 549 kilogramos de pasto, vendido al fiado. Adán Goette era pocero. Tengo el pago original de la primera patente, una tasa por el comercio a la Municipalidad, en 1936, fue el 4 de mayo de 1936. Yo logré algo a través de los años, tener el negocio junto a la casa. A muchos no les gusta eso, para que no lo molesten fuera de hora. Le pasaba a mi viejo que los gurises venían el sábado a las 4 de la tarde a pedirle ‘me vende un mojarrero’ y lo sacaban de la siesta. Segundo, logré estar solo. Para las sociedades no sirvo, pero felicito a aquel que tiene muchos empleados o tiene socios.
Padre radical
– ¿Su padre había sido radical y se peleó con el peronismo?
— Sí, estaba muy peleado. No llegó a estar preso, pero era en la época de la confrontación entre radicalismo y peronismo. Yo trato de no hablar de política en el comercio, porque mi padre, por ser radical, terminó con el negocio vacío. Vinieron las épocas que perseguían comerciantes por ‘agio y especulación’. No quedó ni un boliche en Crespo sin franja cerrada. Y a mi viejo no se lo clausuraron porque estaba vacío. ¡Qué le iban a clausurar, si no tenía nada!
– ¿Por qué estaba vacío?
— Fue perdiendo clientela. Lo que lo salvó a mi padre fue el fardo de pasto. Donde hoy está Trembecki, la manzana de la fábrica, había un solo galpón, de techo redondo. Como mi padre era proveedor del Ejército, en ese galpón tenía como 9 mil fardos de alfalfa. No se vendía un fardo, porque había superproducción de alfalfa. Pero vino una época de sequía y faltó el pasto. Se vendió hasta un colchón. Ese galpón debió ser un taller porque en el fondo había una fosa, que estaba llena de pasto. Cuando vino la crisis, mi viejo vendió hasta los alambres oxidados. De ahí resurgió. Fue antes de la Revolución del 55. Le clausuraron el negocio a Mantels, en la esquina de Moreno y San Martín; a Rosemberg, también clausurado. A mi viejo lo saltearon, al lado, estaba Silverman, Enrique y el ‘chato’, también los clausuraron; a don Bione, que tenía su comercio en la actual esquina de Estrada y Otto Sagemüller.
– No la pasaron bien.
— No. Me acuerdo que mi padre tenía un colectivo Diamond 1946, los Furno tenían dos colectivos Ford 46 y un Chevrolet 38. El Diamond lo manejaba mi pariente Máximo Kreiss, mi padre consiguió la concesión Ramírez – Crespo – Paraná, ida y vuelta. La empresa se llamaba “25 de Mayo”. Esto fue por el 52. Eran buenos vehículos. Pasó que no había cubiertas ni nafta. Los Furno, con su empresa San José, conseguían, por la política, cubiertas y vales para cargar nafta. Y mi papá, que era ‘el radical’ no conseguía nada. Ese colectivo quedó en un galpón de don Pablo Buchert, que también era radical y muy amigo de mi padre. Lo metieron en el galpón y ‘murió’ con las gomas desinfladas. Mi viejo lo vendió a unos tipos que vinieron de Victoria, se lo llevaron y lo convirtieron en colectivo frutero. Lo usaban para recorrer los pueblos. Yo siempre digo que en lo comercial, hay que ser muy prudente en tres temas: religión, política y fútbol.
De la escuela a Misiones
– ¿Cómo le iba en la escuela?
— Me iba bien. Cuando comenzó la secundaria de la Escuela de Comercio, en calle San Martín, hice primero y segundo año. Después se trasladó la escuela a la sede actual. Luego me fui a Misiones en el año sesenta, con mi pariente, Máximo Kreiss, que crio mi madre porque quedó huérfano de madre desde los 7 u 8 años. Me quedé, pero antes me volví a buscar mis cosas, con un camionero que viajaba a Buenos Aires y me dejó en Santa Fe. Era de noche, fui al puerto a preguntar si salía una balsa a Paraná. Salía a los 20 minutos, con un gran temporal, se movía todo en el viaje. Cuando bajé en el puerto, tomé un taxi y me fui hasta la terminal de Paraná. Llegué a las una y media o dos. Me quedé sentado ahí hasta las 6 y media de la mañana, me tomé un taxi para la estación de ferrocarril y me subí al ‘tren lechero’. Cuando llegué a casa, hice un planteo a mi gente y les dije que me iba de vuelta a Misiones. Tenía 16 años. Mi padre me llevó a la estación de trenes, que le decían ‘el kilómetro 34’. Y no me olvido que se le caían las lágrimas por mi partida. Tomé un cochemotor que iba hasta El Pingo. Salía de Crespo a las dos de la tarde, llegaba a las 4 y media. Allí tomé el coche Ganz que iba a Concordia, donde llegó a las 10 de la noche. En Concordia tuve que esperar el tren que iba de Buenos Aires a Posadas. Llegué al otro día a las 5 de la tarde a Posadas. Había llovido, había puentes cortados. Era un desastre. Mi pariente Kreiss tenía radio, porque no había teléfonos entonces. Por radio le avisó a un conocido de Posadas que yo llegaba en tren. Cuando bajé del tren no sabía qué hacer. En eso llega esta persona, me pregunta ‘¿Ud. es Roberto Schmidt, primo de Máximo Kreiss?’ Me llevó a un hotel, que había reservado mi primo. Antes del hotel, nos fuimos a comprar un pasaje para un avión de siete plazas. A las nueve de la mañana siguiente debía estar listo porque iba a pasar un transporte a buscarme para ir al aeropuerto y tomar el avión. Subimos los siete pasajeros, y el avión salió hacia El Dorado. Veíamos abajo: era un desastre, puentes cortados, caminos intransitables. El avión llegó a las 12 y media y al final del vuelo tuvimos otro percance. El avión intentó un primer aterrizaje pero cuando estaba por carretear vuelve a levantar vuelo. En el segundo intento, aterriza; pero al bajar la rueda delantera agarra un pozo; vuela el tren delantero de un lado y el avión empieza a dar giros carreteando sobre sus ruedas. Hasta que paró. El piloto fue el único que salió lastimado, se hizo un tajo en la frente. ¡Nosotros, con un ‘cagazo’! Al final, llegué a la casa de mi pariente, Almacén El Sol, como a la una y media de la tarde. Con un calor. Llegué a los dos días de empezar el viaje. Él tenía un almacén de ramos generales, vendía desde zapatillas hasta pan. Venían los suizo-alemanes. Mi pariente tenía una fiambrería y venta de bebidas. Estos suizo-alemanes venían a la mañana a comprar el pan y terminaban a las 12 tomándose cinco cervezas.
– ¿Era zona de monte?
— Era zona de monte cerrado. Kreiss me dijo que iba a trabajar con él, con un salario, casa y comida libre. Este hombre fue un gran empresario. Él me decía ‘en la vida tenés que apuntar a negocios grandes, cuando los negocios grandes te van bien, en pocos años te hacés millonario; si te va mal, te fundís y tenés que empezar de nuevo’. Armó concesionarias de empresas como Fate, Loma Negra, Sancor y Agipgas. Y armó una radio, LT18 Radio El Dorado; armó un sistema de circuito cerrado de radio en el pueblo. Era tan hábil que tenía un departamento para los viajantes. Les daba todo, aire acondicionado, cochera. Una mañana fuimos a su gomería, llegó un camión con cubiertas. El chofer le entregó una factura con el detalle de las cubiertas, que le enviaban como gauchada porque iba a producirse un aumento. Él no las encargaba pero sabían que era un comerciante sólido y que iba a pagar. Se les ‘metía bajo el ala’ a los viajantes y encargados por lo bien que los atendía en El Dorado.
– ¿Qué hizo por El Dorado?
— En El Dorado había una agencia de YPF y vehículos Chevrolet, de Ericksen. Todos los miércoles desde El Dorado salía un Cessna 182, contratado por la empresa. Llegaba a Buenos Aires, bajaban en el aeródromo de Don Torcuato, y de allá se traían 3 vehículos marchando hasta Misiones. Se traían pick ups Chevrolet, camiones Bedford y los Chevrolet súper. Todos los que compraban autos en Misiones, los recibían con 1.300 kilómetros de recorrido, que era el viaje desde Buenos Aires hasta allá. Como la mujer trabajaba medio día en la agencia, mi pariente que conocía bastante Buenos Aires, conseguía esas gangas. Estaba el miércoles viajando a Buenos Aires, el jueves de vuelta y le pagaban un buen viático. A veces iba el mismo dueño a traerse su vehículo, generalmente eran camioneros. Un día me mandó a mí a Buenos Aires. Yo me preocupé pero me dijo que iba a ir con otros dos que sabían el camino. Conclusión, el tema es que empecé a llevar camionetas.
El regreso y la familia
– ¿A qué edad volvió a Crespo?
— Volví a los 20 años para presentarme al servicio militar. Pero me salvé por número bajo, saqué 026. Después que me firmaron la libreta, estaba en mi cuarto y preparaba la valija para irme de vuelta a Misiones. Llegó mi mamá y me dijo ‘una carta tarda 35 o 40 días; un telegrama, 10’. Cómo rápido. Mamá no me dejó ir. ¿Qué iba a hacer yo acá? Como mi padre era proveedor del Ejército, llevaba cargas a los cuarteles de Concepción del Uruguay y Gualeguaychú. También a Esquina y Monte Caseros, en Corrientes. Yo empecé a llevar alfalfa a estos lugares. Mi padre, conoce ocasionalmente, un estanciero con grandes estancias en Curuzú Cuatiá y en Paraguay, don Miguel Aróstegui, a quien le llevábamos fardos.
– ¿Entonces, se dedicó a la vida del viajante?
— Como mi padre compraba cueros de libre y de iguana y plumas de pato y de ganso, tenía una conexión con gente de Buenos Aires. Cuando yo apunté a hacer algo más, salí a buscar una camioneta usada para viajar. Un sábado de noche andando en auto por Paraná con mi novia y mi suegra –porque no se salía solo con la novia, siempre iba la suegra al lado- por Paraná, pasamos por la IKA y vi una camioneta Gladiator con el capó levantado. Cuando pasamos le dije a Norma ‘mirá, ahí me espera’. Cuando voy a los pocos días a esa agencia, buscando un vehículo para hacer viajes, me encuentro con Humberto Niemiz, muy conocido de mi padre. Por esas épocas se hacía Paraná Campaña, recorriendo pueblos y chacras ofreciendo vehículos. Le expliqué a Niemiz que necesitaba un vehículo para salir a viajar. El me ofreció el Gladiator que había visto días antes. ‘Ese te está esperando’. Era un modelo 1965, primer motor Tornado. Yo no quería meterme con tanta deuda de entrada. Y este hombre me dijo ‘si vos sos como tu padre, no me vas a fallar’. Finalmente, arreglamos con un plan de 30 meses. El Gladiator costaba 1.035.000 pesos. Niemiz me dijo ‘vos vas a pagar durante 30 meses 35.544 pesos; me vas a firmar unos documentos por la deuda, todos los meses vas a venir a levantar un documento, y cuando no puedas, me avisás’. Cuando hice ese negocio, temblaba como una hoja. Imaginate, tenía 20 años. A las 5 de la tarde pasé a buscar el Gladiator. Cuando llegué a casa, mi padre estaba sentado en su silla… Anduve 20 años con el tema de las plumas. En los primeros cuatro años le hice al Gladiator 320 mil kilómetros. Sólo me atrasé en cuatro o cinco cuotas, porque no podía salir por las lluvias. Llevaba el Gladiator al taller de Otto Schira, que le hacía el mantenimiento. El litro de nafta costaba 30 centavos, ¡no había gasoleros! Cuando falleció mi padre, seguí con el negocio, llegué a mandar hasta 1.500 kilos de plumas a Buenos Aires por mes.
– ¿Para qué se usaba la pluma?
— Como no existía aún la gomaespuma, todos los muebleros compraban plumas para los juegos de living, almohadas, acolchados.
Matrimonio
– ¿Cómo conoció a su esposa?
— Una noche muy fría de un 20 de junio de 1964, cuando volví de salvarme de la colimba, me crucé al frente de mi casa, al cine de Club Unión. Yo era fachero, para la época. Tenía un sobretodo ‘Príncipe de Gales’ espigado, con cinturón, gris con blanco. Me encuentro con ‘Bachicha’ Grafenstein, que tenía un Ford A colorado y me invitó a Km 28 (Villa Fontana) a un baile. En eso, llega también Kloster, y lo llevamos. Fuimos con la Ford A, hacía frío por todos lados. En el Bar El Trébol, sobre Ramírez e Independencia, nos compramos una petaquita para combatir el frío. Entre Racedo y Las Delicias casi chocamos un sulky porque el Ford A apenas tenía luces bajas. Llegamos a 28. Me saqué el sobretodo y me lo colgué al hombro, andaba re ‘fachero’. En el baile estaba mi suegra, su hija Norma, que después sería mi señora, y otras chicas. A Norma en Crespo la veía pasar cuando iba a la escuela. Nos empezamos a ver en un baile tras de otro. Y así, al poco tiempo empezamos a andar de novios. Ella siguió estudiando, se recibió de profesora en Paraná. Luego nos casamos en 1969 y mi hija mayor, Andrea, nació en 1975. Cuando nos casamos vivíamos en la casa que luego fue de mi hermana, Silvia.
– ¿Qué le dejan sus 72 años de vida como visión de las cosas?
— Mi primo Máximo decía: ‘en la vida hay que plantar un arbolito y no olvidarse de regarlo’. Cuando llegás a cierta altura de la vida, ese arbolito te va a dar sombra. Nunca fui de tirar manteca al techo; nunca estuve ante las pantallas. Fui bastante metódico en mi vida, tengo una familia que considero bien constituida, con mi esposa que siempre me acompañó. Hemos tenido vaivenes, pero estamos juntos hace 52 años, es toda una vida.
Quién es
Roberto “Tito” Alfredo Schmidt tiene 72 años; nació el 28 de octubre de 1944 en la misma casa donde aún vive, que compró su padre, San Martín 1160. Desde 1969 está casado con Norma Mercedes Fontana. Tienen dos hijas, Andrea, que es contadora; y Cristina, psicóloga. Tiene dos nietos: Tatiana, hija de Andrea; y Felipe, de Cristina.
Su padre, Federico Pedro Schmidt, nació en 1908, y murió en 1975, a los 67 años. Su madre, María Esther Schneider, nació en 1915 y murió en 1999 a los 84 años.
Los padres tuvieron cuatro hijos. Además, de Roberto, estaba Ricardo, que era discapacitado y falleció a los 33 años; Silvia; y Rolando, ya fallecido.
La potencia comercial de Crespo
Calle San Martín, entre Moreno e Yrigoyen. Una de las cuadras más céntricas de Crespo, en tiempos que era de tierra, a comienzos de la década de 1960. “Por aquellos años hubo cuatro cines: Dorato, en calle San Martín; cine-teatro Dorato, en Minguillón y 3 de Febrero; el cine de Club Unión frente a la casa de Schmidt; y el Urquiza, junto a la Parroquia del Rosario. Tres estaciones de servicio: YPF de Antonio Seimandi; Shell, de Federico Wagner (sigue aún el nieto, Germán) y Esso, de Emilio Gelroth (sigue en la misma esquina). Estaba el Bar Central, de Smies, ‘de buen comer y mesas de billar’. Entre otras tiendas, estaba la de La Agrícola Regional, Santa Teresita en la esquina de San Martín y Moreno, la de mi abuelo, Alejandro Schneider, en calle San Martín; la de ‘Pocho’ Pagnone, en la esquina de San Martín e Yrigoyen, entre otras. Había dos farmacias en calle Yrigoyen, la de Andresito Schroeder sobre la esquina de San Martín; y a media cuadra, la de Luis Feiguin. Sagemüller tenía transporte propio, varios camiones Chevrolet modelo 46, un semirremolque 46 que debió ser único en su época, y un Internacional modelo 38 color verde, que se destacaba sobre el resto”.