Por Emilio Ruberto
Entre ñandubayes y memorias: el alma rural del almacén El Espinillo

Ubicado en el distrito Sauce, departamento Nogoyá, este boliche de campo fundado en 1985 mantiene viva la tradición rural, gracias al compromiso silencioso de Ángela Blanco, su actual dueña.
Tres postes de ñandubay, torcidos y curtidos por el tiempo, sostienen el alero de chapa que protege la entrada del “Almacén y Bar El Espinillo”, en el distrito Sauce del departamento Nogoyá. No es un lugar cualquiera: fundado en 1985 por Luis Sanito Blanco, este boliche rural se ha convertido en un símbolo de identidad y resistencia en el corazón de Entre Ríos.
Desde hace casi una década, Ángela Teresa Blanco, hija del fundador, mantiene viva la esencia de este espacio. Con dedicación cotidiana y un profundo conocimiento del ritmo de vida rural, ella atiende detrás del mostrador de madera, bajo un techo que cruje en las siestas y cobija en las tardes frescas. “Acá queda poca gente, pero se trabaja bien. Mientras tenga salud, voy a seguir”, afirma con una mezcla de orgullo y realismo.
El Espinillo no es solo un comercio: es un centro de la vida comunitaria en una zona donde las casas están separadas por kilómetros y los caminos de tierra marcan los tiempos del clima. En un entorno donde la lluvia o el polvo dictan las reglas, el almacén es punto de abastecimiento, conversación y compañía.
Un legado que florece entre la aridez
El almacén conserva ese aire detenido en el tiempo: una balanza antigua, una vitrina con golosinas, garrafas apoyadas en el rincón y estanterías repletas de artículos de primera necesidad. Pan, yerba, fideos, aceite, jabón, frutas de estación y hasta productos de higiene femenina: todo lo que las familias necesitan para seguir adelante.
Ángela fue ampliando la oferta a medida que lo pedía la gente, con la libreta fiado como tradición que aún resiste, aunque cada vez con más dificultades. “Es difícil tener libreta con lo que sube todo cada día”, dice con la claridad que dan los años en el mostrador.
En las tardes calmas, tras la siesta entrerriana —esa pausa sagrada entre el almuerzo y el regreso al mundo—, llegan los vecinos. Truco, cerveza, alguna botella de whisky con gaseosa y muchas charlas. No hay prisa, ni horarios estrictos: hay tiempo, historias, afectos y vida compartida.
Más que un comercio: una posta rural con alma
A poco más de dos kilómetros, el almacén San José, de la familia Julián, complementa esta red invisible de afectos, servicios y comunidad dispersa. Juntos, sostienen una forma de vida que sobrevive al paso del tiempo y al éxodo hacia las ciudades.
Las hijas de Ángela viven fuera, como tantos jóvenes que migran en busca de oportunidades. Ella, sin embargo, permanece. Con humor dice que su marido prefiere estar del otro lado del mostrador, mientras ella sigue al frente. “Aprendí ayudando a mi papá desde chica. Me gustó. Y acá estoy”.
Una joya para el turismo rural
El Espinillo podría formar parte de una ruta de turismo rural cultural en Entre Ríos. Su valor está en la autenticidad: no es un decorado, es vida real. El almacén es testimonio vivo de una Argentina que no busca el espectáculo, sino el arraigo. Una Argentina sin wifi pero con conversación; sin delivery pero con compromiso.
Sentarse bajo el ñandubay, mirar pasar el día, escuchar a Ángela y compartir una charla es también una forma de conocer el país profundo, donde el trabajo silencioso de quienes aman su tierra se transforma en memoria viva.
En cada producto vendido, en cada truco jugado, en cada cliente recibido, se escribe —sin apuro— una historia que merece ser contada. Porque mientras el mundo acelera, El Espinillo resiste, florece y guarda el alma de lo que fuimos y aún somos.