El valor de las noticias en las pequeñas comunidades
Por: Gustavo Werner (*)
Me toca saber, interpretar, informar, sobre todo lo que acontece en las poblaciones en un radio aproximado de cien kilómetros. En las comunidades de menos de trescientos a diez mil habitantes, todos, el que suministra información y el periodista, suelen estar más expuestos. En principio, porque no hay en ellas muchas estructuras. Si ponemos como ejemplo un domingo de elecciones, difícilmente encontremos un centro de cómputos con datos oficiales; habrá que recurrir a quienes se ocuparon en llevar registros, cada uno por su partido, que probablemente los que se supieron perdedores no terminaron de completar.
Esta situación obliga a obtener los datos localizados poniéndole el mayor empeño posible, desde la distancia, recurriendo a fuentes confiables del lugar.
Con esas herramientas se tiene que llegar a la información más diversa, desde un resultado electoral hasta un accidente de tránsito, desde un partido de fútbol hasta un conflicto entre vecinos.
Se requiere organización y un minucioso “trabajo de hormiga”, para ir recolectando, anotando, agendando y guardando celosamente cualquier forma de contacto que “en algún momento” se pueda llegar a necesitar en forma urgente, para minimizar el margen de error o la posibilidad del “no acceso a la información”.
Desde el político de turno, el cura y el comisario, hasta el vecino que solo es eso, un vecino, pero que en ese lugar, vaya a saber por qué, es referente para el resto de los aldeanos, puede tener en algún momento algo para decir, una historia para contar, un dato para aportar.
Allí, en esos lugares, todos se conocen, todo se sabe, y el periodista se cruza constantemente con esa barrera, con esos temores de su interlocutor, al que tiene que convencer a través de la persuasión o valiéndose de la confianza que esa persona tiene en el medio periodístico o en el periodista, para obtener un dato de valor. Y lo mismo pasa del otro lado. Las pocas fuentes informativas que se suelen tener en aldeas de trescientos a diez mil habitantes, se deben cuidar como el oro mismo, sin defraudar jamás esa confianza que depositan en nosotros. Es fundamental no solo porque tenemos el deber de cuidar la fuente informativa cuando la situación lo requiere, sino porque en lugares pequeños no siempre hay “renovación” de esas fuentes. No hay para elegir, se cuentan con los dedos de una mano. Nunca sabemos en qué lugar se puede generar “la noticia” de ese día, y cuando eso ocurre, entre la urgencia y la prudencia se debe trabajar con las herramientas con que se cuenta.
Trabajamos con ciudades con fuerza propia para reclamar en Paraná pero también con otras menores que no la tienen. La necesidad de una obra, una gestión que no avanza, un problema que no se resuelve, muchas veces no por falta de voluntad sino porque la burocracia o la falta de presupuesto se oponen, otras veces no llegan porque la villa o la aldea es chica y no suma votos en un domingo electoral. Como periodistas nos mantenemos atentos a reflejar también esas pulsaciones.
El reportero de aldeas y pueblos es un todoterreno al que se le exige saber sobre lo que opina, lo que significa entender sobre economía, deportes, religión, costumbres, sociedad, producción… e interesarse en el trabajo de las instituciones o redactar una necrológica. Así de diverso es el armado de esa corresponsalía, que mide el valor de una información con otro metro, porque el baile del sábado, o el cumpleaños de determinada vecina o vecino, puede ser la novedad más relevante de esa semana.
Cada lunes tratamos de organizar la labor semanal y hasta el viernes aprendemos que no todo se puede prever, que los acontecimientos cambian o mueren y surgen otros en cuestión de horas, por eso los cierres de edición son tan excitantes como sobre exigentes.
Eso sí, algo que aprendí en estos casi 15 años cumpliendo esta labor, es que todo merece el mismo rigor informativo. En una aldea, un pueblo o una gran ciudad, todo merece y exige el mismo rigor. Para no errar un apellido, la edad del protagonista, no confundir un nombre, verificar un dato una vez más, etcétera. En ese caserío rural, aldea, villa, ciudad, esperan el Semanario el sábado para leer esa pequeña historia que, para su realidad y su día a día, es lo más importante que Paralelo 32 cuenta en esa edición de 80 páginas. Por una simple razón, porque ellos son los protagonistas.
(*) De la redacción de P-32