El rescate de los amigos invisibles
Hay una forma de socialización que parece no haber perdido vigencia: El Amigo Invisible. No pocos adolescentes han estado esta semana intercambiando mensajes encriptados y pistas en el plano escolar, de sus clases de idioma, o en el gym o el club. También jóvenes que ya pasan la mayoría de edad lo implementaron en sus peñas, grupos de trabajo y estudio, además de varios adultos entrados en canas lo siguen jugando en sus ámbitos de encuentro.
La dinámica del juego intenta que las personas expresen lo que sienten y piensan sobre el otro que le toca en suerte. Pueden comenzar siendo anónimos (soy ‘tu amigo invisible’) o utilizar seudónimos, a la vez que se den pistas poco obvias sobre quién está detrás de esas cartas.
El encanto de la sorpresa recompensa la ilusión de la espera, el regalo marca el final de ese proceso de pistas donde ese otro/a también puede confesar cuestiones muy personales; de igual modo, los presentes también marcan cuánto interés o esmero se le puso a este intercambio.
En un mundo como el que también nos toca en suerte, permitirnos jugar al Amigo Invisible no es cosas de chicos, ni un retroceso cognitivo, u otras pavadas de esos que no se animan a jugarlo más por ‘fiaca’, vergüenza o simple desinterés. Muestra que aunque los tecnócratas del ‘Me gusta’ digan que el mundo pasa por las pantallas, hay muchos otros escenarios materiales que se resisten a esa afrenta.
Pensemos que la mayoría de las aplicaciones en nuestros teléfonos tienen la opción de avisarnos cuánto tiempo pasamos en cada una de ellas; permitiéndonos limitar su uso, porque esos gigantes de la virtualidad saben que nuestra capacidad cognitiva es limitada, y no podemos pasar de una tarea a la otra (trabajar y chequear notificaciones, cerrar y abrir páginas, contestar correos o mensajes, etc) sin agobiarnos. Sin dudas eso no nos hace más productivos, pero nos da la sensación de estar a full.
¿Qué pasa si nos enfocamos en jugar este juego y pensamos estrategias para que hasta el último día nuestro amigo invisible no descubra quién ‘joraca’ es el que me escribe…? Tal vez, solamente tal vez, hayamos hecho algo distinto por fuera de esa caja que posibilita y limita acciones, contenidos y formas. Escribo esto luego de ver entusiasmada a mi hija con el regalo de su amigo invisible, “¡que se re portó!”, seguramente después de esa semana la amistad, entre ambos participantes propicie más encuentros, otro tipo de trato más cordial o sincero. O se diluya en las buenas intenciones, quién sabe. Lo bueno, es que no todo es tan superficial y efímero como se nos quiere hacer ver este presente.