El periodismo, las noticias falsas y la posverdad
Por: Hugo Schira (*)
En estos 45 años de existencia, Paralelo 32 pasó por muchas contingencias sociales y tecnológicas. Las viejas redacciones funcionaban con el tableteo de la máquina de escribir, los espacios estaban impregnados del olor a tinta de las impresiones tradicionales. Luego se pasó a las páginas asépticamente digitales que permiten milagros a la hora de dar con la nota en la pantalla de una computadora. Borrar, intercalar, agregar; sin rastros de todos los borradores que se intentan en largas jornadas de trabajo.
Todo por llegar a la nota definitiva que en menos de cinco minutos devorarán los lectores. Eso no cambió y creemos que no cambiará mientras haya periodismo.
La preimpresión en pantalla, armando cada página con la magia de la informática, fue un primer gran salto tecnológico. Llegó un poco antes del año 2000. El segundo salto comenzó inmediatamente después y día a día sigue desafiando a los medios: internet y el periodismo digital. El tercero y más desafiante son, ahora, las redes sociales.
La revolución tecnológica impone cambios de organización, nuevos soportes digitales y reingeniería comercial para seguir subsistiendo. Desafíos similares impone a los demás sectores de la economía. En nuestro trabajo pasa lo mismo que en el trabajo de nuestros lectores. Pero hay un elemento diferenciador en el periodismo. Y no se trata de un gran salto, tampoco es un desafío. Es un armatoste taimado: la posverdad.
El tuétano de nuestro oficio, sea cual fuere el soporte tecnológico, es el contenido de la información. El periodismo honesto se basó siempre en dos principios éticos. Primero, que la opinión es libre, pero es esclava de los hechos. Segundo, que cada medio elige su agenda de temas y en esa selección se juega su supervivencia. Además, la seriedad del trabajo está en permanente tensión entre la superficialidad y la agilidad; entre la atracción genuina y el golpe de efecto. El buen periodismo es ágil sin ser playo y es atractivo sin amarillismos. La fe de erratas y el derecho a réplica completan el horizonte tangible de la profesionalidad periodística.
Hoy aparecen, debido a la falta de filtros técnicos de validación, las ‘noticias falsas’. Ya no importa la veracidad de los hechos, importa su verosimilitud. A veces ni siquiera eso. El principio triunfal es ‘si la noticia es falsa, que ayude a mis intereses’. Quieren refugiarse en el argumento auténtico sobre la falta de objetividad e independencia de la prensa. Pero lo que distingue al periodista del falsario no es la objetividad porque todos partimos de nuestro punto de vista para explicar el mundo. Ni la independencia, porque estamos atrapados en la trama de intereses que forma el esqueleto de la sociedad. La diferencia está en la honestidad del trabajo realizado. Las noticias falsas son noticias deshonestas.
El mundo de las noticias falsas fluye por el universo de la posverdad, donde la gran tentación del debate público es apelar sólo a las emociones y exorcizar los datos objetivos. La posverdad es el mayor desafío para la supervivencia del periodismo en estos tiempos. Si vencen sus cómplices, el periodismo profesional será un buen recuerdo de tiempos mejores. Y cualquier francotirador podrá disparar exitosamente hacia las redes sociales, apuntando directamente a la credulidad de la gente.
Desafiando a la tecnología de facciones que nos desafía, en esa batalla estamos en Paralelo 32. Del lado de la honestidad y de la profesionalidad.
(*) De la redacción de P32