El Papa Francisco y Alberto Fernández se reunieron durante 44 minutos en el Vaticano
El encuentro entre el papa Francisco y Alberto Fernández empezó a pura sonrisa «Santo Padre, ¡qué gusto verlo!», lo saludó el Presidente. «¡Bienvenido!», respondió el pontífice en el primer contacto entre ambos, en la sala del Tronetto, en el segundo piso del Palacio Apostólico. «Pase usted», lo invitó Fernández, después de un apretón de manos afectuoso, mientras los dos quedaban bañados por los flashes de los fotógrafos. «No, primero el monaguillo», bromeó el Papa, justo antes de ingresar a la Biblioteca del palacio, donde a las 10.30 puntual empezó la reunión a solas.
La prensa pudo presenciar los primeros segundos de ese encuentro. Sentados a los dos lados de un escritorio, se los veía cómodos y a gusto. Francisco le hablaba bajo, Fernández se reía.
El encuentro a solas duró 44 minutos, justo el doble de la primera reunión entre el pontífice y Mauricio Macri en febrero de 2016.
El momento destinado al intercambio de regalos, justo después de la audiencia a solas, sirvió para confirmar el buen clima que se había visto en el instante del saludo inicial.
«Esto lo elegí yo. Es lo que quiero de ustedes, que sean mensajeros de paz». Con esa frase, el papa Francisco entregó al Presidente una escultura de bronce que combina una paloma, una vid y un olivo.
Junto con la escultura, Francisco le regaló sus cuatro libros. Uno de ellos, Cristus Vivit, se lo dedicó de puño y letra, delante de los periodistas que presenciaron ese momento de la audiencia. No llegó a verse qué le escribió. También le recomendó la oración del buen humor de Santo Tomás Moro, incluida en otra de las obras del pontífice. «Me gustaría que vieras esto, te la dejo marcada», le dijo, antes de leer un extracto de ese texto, en el que se destaca el buen humor como una virtud de los gobernantes.
El Presidente escuchó la lectura, acompañado de su mujer, Fabiola Yáñez, delante de la mesa donde estaban desplegados los regalos. Fernández le llevó un libro sobre los cafés notables de Buenos Aires, una estatuilla del Negro Manuel, y dos presentes de la Granja Andar, una fundación de Moreno, provincia de Buenos Aires: un telar y un ejemplar de Ellas, «un calendario inclusivo».
Minutos antes, el Papa había saludado a los integrantes de la delegación. «¿Haciendo travesuras?», lo recibió con confianza a Gustavo Beliz. «¡Cuántos años!», le dedicó a Felipe Solá. «Ah, ella trabaja en Scholas», dijo sobre Fabiola Yáñez. Al entregarle un rosario a Marcela Losardo, repitió su pedido habitual: «Recen por mí».
Apenas llegó al Vaticano, Fernández fue recibido por un grupo de gentilhombres en el Patio de San Damaso, donde flameaba la bandera argentina. Después ingresó a paso de procesión hasta el segundo piso del palacio y atravesó distintos salones hasta llegar al Tronetto. Antes había visitado la escultura Angels Unawares, una obra de bronce que representa a refugiados llegados a Europa, publicó La Nación.