Urgencia Vs Burocracia
El angustioso camino de la familia Riquelme Cabrera
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Una serie de trabas administrativas frenaban los estudios urgentes de su esposo, pero con un posteo de su hija y las adhesiones espontáneas de la comunidad, el rumbo cambió drásticamente en pocas horas y las gestiones finalmente avanzaron.
La historia de la familia Riquelme Cabrera comenzó a circular en Victoria recién cuando ya no había forma de seguir sosteniéndola en silencio. María Riquelme, profesora de Educación Física, llevaba meses golpeando puertas mientras la salud de su esposo, Roberto Cabrera, se deterioraba a un ritmo que nadie lograba explicar. Él es trasplantado renal desde hace más de una década, y esa condición fue el primer obstáculo en un recorrido médico que avanzó mucho más lento que su enfermedad.
Roberto empezó a perder la vista sin una causa clara. María buscó respuestas donde pudo. Una recomendación los llevó a Mendoza, al Saldívar. Más tarde viajaron a Rosario. Luego a la ciudad de Santa Fe. También a Paraná. Cada ciudad implicó traslados, gastos y esperas. Y en cada lugar recibían explicaciones que no alcanzaban.
Cada vez que mencionaban que Roberto era trasplantado renal, el ambiente cambiaba. Los profesionales dudaban. La derivación se volvía imprecisa. Los estudios no llegaban. Desde nefrología, en Santa Fe, tampoco supieron orientar el caso. Nadie lograba unir todas las piezas. Mientras tanto, Roberto seguía perdiendo terreno: el habla comenzó a afectarse y el lado derecho del cuerpo empezó a fallar.
Con esa evolución, la necesidad de estudios de alta complejidad se volvió urgente. Pero la obra social tardaba en autorizarlos. Las semanas pasaban entre auditorías, pedidos y respuestas incompletas. María también necesitaba licencias médicas para acompañarlo, pero recibía menos días de los que sus profesionales indicaban. Salía de cada auditoría más angustiada y sin claridad.
El punto de inflexión llegó desde otro lugar. Su hija Sofía decidió contar la situación en redes sociales cuando la familia ya estaba desbordada. No fue un pedido escandaloso, solo un llamado a quienes pudieran orientar, ayudar o abrir alguna puerta. Ese posteo dio el giro que durante meses no había llegado por vía formal. La comunidad de Victoria lo compartió, lo multiplicó y en pocas horas empezaron los cambios.
La obra social, que venía demorando autorizaciones esenciales, destrabó todo en menos de un día: estudios, medicación y trámites que parecían congelados. También aparecieron personas que ayudaron a gestionar su ingreso a la cobertura, algo que antes les habían negado.
Incluso hay un grupo de colegas de María, que al cierre de la edición de Paralelo32 estaban organizando un torneo de vóley para sumar un aporte voluntario a los gastos acumulados durante este largo periplo que implican los viajes, estudios y demás costos.
Además, una nueva consulta los llevó a Galarza, a un centro especializado donde por primera vez sintieron que los miraban con atención, que tomaban el caso en serio y que reconocían la gravedad del cuadro. Allí les explicaron lo que nadie había dicho con claridad: Roberto presenta múltiples infartos cerebrales, lo que explica la pérdida de visión, los problemas de movilidad y las dificultades en el habla.
Con los estudios finalmente autorizados, la familia viajará para realizar una evaluación completa de 24 horas que permitirá fijar un camino de rehabilitación.
María sigue agotada, pero aliviada. Siente que recién ahora el caso avanza. Y reconoce que el impulso no llegó desde las instituciones, sino desde la gente. Su historia no busca señalar culpables ni ofrecer enseñanzas. Muestra algo más simple y real: cuando la urgencia de una familia se encuentra con un sistema demasiado rígido, el deterioro no espera. Y que, a veces, la comunidad es la que termina moviendo lo que la burocracia no ve.

