Diego Maradona, el argentino más intenso
Por Hugo Schira
Diego Maradona, en una sola jornada de su gloria futbolística, condensó toda la esencia nacional en sus paradojas más profundas. Aquel 22 de junio de 1986, cuando ‘la mano de Dios’, seudónimo que inmortalizó la viveza criolla, superó al arquero inglés en el Mundial de México. ¿Quién suponía que el mejor jugador de la historia no había alcanzado la pelota con la cabeza, robándosela a Peter Shilton, 20 centímetros más alto? Hasta el árbitro lo creía. Después de todo, era Maradona.
Y cuatro minutos más tarde, dejando atrás a medio equipo de Su Majestad, dibujó el mejor gol de todos los mundiales. Descontroló a toda la defensa a pura psicología. Los desequilibró porque esperaban en sus pies la magia, pero solo hizo la más fácil: encaró derecho al gol. Después de todo, era Maradona. Ese día nos desquitamos del trágico llanto por la entrega de Puerto Argentino cuatro años antes. La pequeña venganza era nuestra, el gran papelón para ellos.
Atado a sus botines, un equipo de segunda, Napoli, llegó a la cima. ¿Hubieran podido (y querido) Cristiano Ronaldo o Messi, remontar hasta las cumbres desde mucho más abajo que Real Madrid o Barcelona?
Vivió contra los manuales de marketing, por eso fue el producto argentino mejor valorado. Lo quisieron todos los pueblos que admiraron su arte y se reconocieron en la sinceridad de sus defectos. Tocó el cielo, cayó en el purgatorio y se dio el lujo de dar changüí con sus adicciones y conflictos. Pero no manchó la pelota, porque jugaba desde la felicidad del niño de Villa Fiorito que nunca lo abandonó. Maradona es un pasaporte abre puertas que todo argentino puede presentar en cualquier lugar. Intensamente argentino en la grandeza de sus proezas y en sus caídas, Diego es, simplemente, un espejo que nos devuelve la imagen más controvertida y frágil de nuestra argentinidad al palo.