Día del Avicultor: De la granja rudimentaria a los galpones tecnificados
Desde aquellas aves de corral que formaban parte del paisaje rural y eran complemento de la economía doméstica, pasando por el nacimiento de la avicultura industrial y la tecnificación que marcan nuestros días, hay un largo camino recorrido. Lo quisimos compartir con nuestros lectores a través del testimonio de Germán y Daniel Kemerer, miembros de una familia que es sinónimo de avicultura en nuestra zona desde que en 1950 Don Rafael decidiera, junto a sus hermanos, arrendar un campo de 50 hectáreas. Un año después la parcela pasó a su propiedad mediante un crédito bancario. Casi siete décadas y la cuarta generación incorporándose a la actividad avícola, hablan de una historia de transformaciones, que decidimos repasar en el marco de la conmemoración de un nuevo Día del Avicultor, el próximo lunes 2 de julio.
“Lo inició mi papá, a él le gustaba la avicultura, era una granja muy chica y precaria, con unas 700 o 1.000 gallinas sueltas, como se usaba en aquel entonces” –recuerda Germán, quien con apenas 7 años de edad ya ayudaba en esta tarea. “Luego se compró una máquina incubadora importada, a querosén, para 700 huevos, y más tarde otra nacional para 1.300 huevos”.
En aquellos comienzos no había sexadores, había que criarlos para saber si eran pollas o gallitos. “Como en esos tiempos no había pollos parrilleros, el machito casi siempre promediaba el 50% y se vendía para carne. Yo tenía unos 10 o 12 años, los traía en carro y los comercializa a Don Furlán, quien tenía un depósito y compraba gallinas viejas frente al correo sobre calle Sarmiento, donde está actualmente el laboratorio de análisis clínicos”- relata.
El emprendimiento familiar fue creciendo y logró sumar 1.800 aves de postura que se criaban en pequeños galpones con capacidad para 500 gallinas que dormían sobre caballetes. “De noche, en invierno, la gallina subía a los árboles, y había que bajarlas con cañas al oscurecer para protegerlas del frío y que no se acostumbraran a estar afuera. De todos modos en invierno la postura caía 50%, casi no existía, luego recuperaban en primavera recién”. Eran aves sueltas en el patio y día por medio había que recorrer los espartillos para recolectar los huevos de los nidos que improvisaban.
Del corral a la tecnificación
“Más tarde –repasa Germán, hoy de 76 años- cuando yo tenía unos 13 años nos mudamos sobre el mismo predio de 50 has unos 1.500 metros más hacia la loma. Cuando arrendaban buscaban siempre el bajo, por el agua, porque se hacían pozos a pala únicamente, no había otra manera. Mi padre consiguió un crédito, entonces hizo perforar uno de los primeros pozos semisurgentes de la zona, hecho por don Adán Gottig, abuelo del pocero Pfarher”. En ese sector construyeron galpones más grandes de 7 m de ancho por 20 m de largo, para unas 800 gallinas. Había llegado la modernización y la cría se hacía a corral con el mismo sistema, con nidales. “Ya no había que juntar el huevo afuera, en los espartillos”.
– ¿Cómo era la alimentación de las aves, por entonces?
Germán– En comederos de piso. Teníamos una moledora con motor a explosión, muy precario todo, y en el piso se mezclaba a pala los insumos: harina de carne, afrechillo, maíz molido y no mucho más. Más tarde se fueron agregando vitaminas cuando surgieron las fábricas de alimentos Vitagerm, Vitosan.
La alimentación cambió bastante cuando se inventó la tolva de 25 kg. Era todo un avance, día por medio llenábamos las tolvas. Después llegaron las jaulas colgantes, se daba la comida con baldes. En otra etapa vino la jaula piramidal, también alimentadas a balde hasta que se inventó el carrito alimentador. Era otro avance, junto con los picos de agua. Parecía que ya teníamos todo modernizado. En los años 97/98, aparecieron los galpones automáticos, una vida distinta en avicultura, totalmente diferente. ¡Cuántos ciclos tuvimos, de cambios y evolución!
– ¿La granja está totalmente tecnificada?
Germán- En el 96 remodelamos la granja original. Se volteó todo, se puso estructura metálica con carros alimentadores y picos de agua, todo automatizado. Parecía en aquel entonces que era la última etapa y teníamos la granja moderna, pero apareció lo otro.
Daniel – Da pena por el sacrificio que costó hacerlo. Son galpones que están buenos todavía, entonces vamos a explotarlos hasta donde dé.
Germán– Hoy es antieconómico si comparamos con la tecnificación. De un lado está la granja vieja y del otro lado la nueva. Creo que lentamente se va a ir dejando, en cuanto se pueda seguir con algún otro galpón. Siempre uno tiene proyectos de hacerlo antes, pero la avicultura es muy cíclica.
– Justamente, ¿en tantos años a cuántas crisis soportaron y sobrevivieron? ¿Cuál es el secreto?
– Como es cíclico, hay momentos que uno tiene ganancia, entonces hay que ponerla en una caja, cubrirse. Si uno tenía confianza con una fábrica de alimentos compraba alimento adelantado, es eso hacer la caja. No tener deudas en ese momento era fundamental para llegar, si no, no se sale, es muy duro. Así lo fuimos llevando, reinvirtiendo.
Nos agarraron crisis muy fuertes, que obligaban a hacer malabarismo. Muchas veces hacíamos caja con cereal, como también teníamos producción agropecuaria, que más tarde se fue agrandando. Nos tratábamos de cubrir con maíz, trigo o lino.
Los caminos, la lucha más fuerte
Junto con la tecnificación y los cambios que se fueron dando de la mano de la avicultura industrial, también cambió el sistema de comercialización. Pero para el productor el problema siempre es el mismo, la ausencia de caminos adecuados. “Nosotros sacábamos en carro, no habían caminos. Hemos luchado muy fuerte a veces, justamente por el camino”- señala Germán. La granja está situada a pocos kilómetros de Crespo, lindante con el llamado “camino del medio”, en inmediaciones de San Rafael.
Su hijo Daniel sostiene que “los caminos son la lucha más fuerte que vamos a tener, porque hoy no es como antes. Uno decía no llevo el huevo esta semana, lo llevo la semana que viene, total lo recibían igual. Hoy entregamos el huevo en destino, Buenos Aires o Rosario, según el horario que fija el comprador y hay que llegar, porque es cuando se permite descargar. No puedo decir hoy no voy porque llovió. Esto no nos pasa solo a los avicultores sino a todas las producciones. Es un freno que está teniendo la producción no sacarla puntualmente. No podemos trabajar así, sujetos al clima. Asimismo hay que entrar productos”.
“En nuestro comienzos –rememora Germán- no había posibilidades de tener una explotación muy grande, por la falta de caminos transitables”. Y contó una anécdota de 40 años atrás. “En el 78, estando a 6 km de la ruta, salíamos con el tractor tipo 7 de la mañana y llegábamos 11 y pico a la ruta. Era muy difícil, se trababan las ruedas, se habían hecho pozos de vertientes y había un acoplado y tractor empantanados 14 días ahí tirados, sin que los pudieran sacar. No había manera de crecer, no había caminos para sacar la producción ni llevar los alimentos porque en ese tiempo nadie tenía su propia fábrica como hoy”. La granja de los hermanos Germán y Cándido Kemerer, socios desde que Germán tenía 14 años y su padre enfermó, recién empezó a fabricar su alimento balanceado en 1993.
“Fue una gran lucha y se consiguió en el noventa y pico el ensanche del camino. Eran reuniones sobre reuniones, había gente a la que no le interesaba, muchas noches sin dormir para lograrlo. Vialidad hizo un aporte para llegar a una broza mediana, que duró poco, y también hicieron un esfuerzo todos los frentistas. Después se volvió a hacer un embrozado que está bastante pasable todavía” -cuenta sobre las gestiones y un sueño medianamente cumplido.
“La broza necesita mantenimiento y Vialidad sabe que 10 años de mantención de broza equivalen a un asfalto, pero no tienen los recursos para hacerlo”- acota Daniel, enfocado en que es imposible sostener una producción intensiva sin caminos.
“En nuestros tiempos, no había una comunicación, no era como ahora, tomar el celular y resolver. Era totalmente distinto, hoy no se pueden comparar las épocas y bienvenido sea porque en el agro no se podría hacer lo que hoy se está haciendo. Pero la falta de caminos también produjo la deserción del campo. Los mayores se enfermaban, estaban lejos del médico, no tenían ningún recurso, porque no había vehículos. En el 67 nosotros compramos la primera camioneta”- marca Germán.
“Con un buen camino –opina Daniel- los hijos quedarían en el campo, es más fácil. Teniendo asfalto, también una mujer maneja, en 10 minutos está en el pueblo. Hay televisión por cable, internet, teléfono, comodidades y es preferible hacerse una casa en el campo que comprar un terreno caro en Crespo. Con caminos uno se queda en el campo y viene al pueblo a comprar lo que necesita”.
– ¿Que otros obstáculos tiene el productor en estos tiempos?
– Los controles en Entre Ríos son distintos a los que hay en provincias como Santa Fe y Buenos Aires. Acá son más estrictos, no quiere decir que esté mal, pero deberían ser iguales para todos, eso nos pone en desventaja frente a otras provincias que también producen huevo. En Entre Ríos tenemos pocos lugares para salir. En cambio Santa Fe, Buenos Aires, van a las ciudades desde cualquier lado.
Los tiempos cambiaron, pero la necesidad de buenos caminos sigue tan vigente como antes. No obstante Germán sostiene que los productores avícolas “hoy estamos mejor. Se trabaja con mucho menos sacrificio físico que 70 años atrás. Hay que ser más cuidadoso y organizado”.
La preparación del huevo, el trabajo, el empaquetado, tuvieron sus transformaciones a través de los años. “Cuando empezamos se usaba el cajón de madera con afrechillo entre una capa y otra de huevos, hasta que don Juan Prediger empezó la fábrica de casilleros, en Sarmiento y Otto Sagemüller. Era lo más moderno. Asi fue avanzando con los maples, siempre en cajones de madera hasta no hace tanto tiempo, hará 4 o 5 años se fue dejando”- señala Germán.
“Hoy está todo paletizado, se trabaja con montacargas, zorritas. El trabajo y esfuerzo manual es mínimo. Los volúmenes llevan al cambio y a la automatización. No se puede trabajar mayor cantidad de la misma manera”- sostiene Daniel.
Los riesgos de mortandad de gallinas, uno de los problemas más acuciantes para los productores, siguen estando en verano aún con los galpones automáticos. “Son más altos, hay que tener más seguridad, más cuidado, y si bien está equipado con alarmas, todavía sigue la parte humana”. Las exigencias y la formación del personal, es mayor. En las granjas hoy cuesta preparar esa mano de obra y muchas veces buscan otras alternativas de trabajo a mitad de camino. “Cuando se tiene algo tecnificado la persona tiene que estar más preparada para reaccionar ante el problema. No cualquiera atiende las mismas cosas –sustenta Daniel- . Tenemos ineficiencia en la red eléctrica, no tenemos la misma tensión en verano que en invierno. Los días de mucho calor –ejemplifica- los equipos quedan prendidos las 24 horas y si se apaga el ventilador en cualquier momento del día se tienen 20 minutos para reaccionar y abrir todo, o arrancar el grupo electrógeno y todo tiene que funcionar, nadie se puede abatatar, porque la mortandad puede ser total. El hacinamiento es muy grande, hay 11 o 13 gallinas por celda de 70 x 70, la temperatura se eleva rápidamente en estos galpones de 5 metros de altura y las gallinas de arriba caen antes que las de abajo”.
En 2008 la granja pasó a manos de Daniel, Claudio, hijos de Germán; y Elbio, hijo de Cándido; la tercera generación. Desde entonces se identifica como granja Don Rafael, en honor al abuelo, de quien heredaron la actividad y tratan de inculcarla a los que hijos que paulatinamente se suman a su encendida pasión.
Nora de Sosa (De la redacción de Paralelo 32)