Una vida dedicada al trabajo y la dignidad
Adiós a doña Sara Waigandt a los 102 años
Hoy, recordamos a doña Sara Waigandt como un ejemplo de perseverancia, dignidad y amor familiar; y elevamos nuestras palabras en homenaje a una vida plena de sacrificios y alegrías, donde el deber cumplido fue su mayor fuente de orgullo.
En febrero de 2021, celebramos con alegría los 100 años de vida de doña Sara Waigandt, una mujer que forjó su existencia entre el trabajo y el sacrificio, convirtiéndolos en su estandarte de dignidad. En aquel entonces, titulamos nuestra crónica "Una vida de sacrificios contada con la alegría del deber cumplido", destacando su incansable labor en el tambo, en obras de ladrillos, y en la extracción de arena y piedra, todo ello en aras de criar a sus diez hijos y salir adelante.
Hoy, con pesar en el corazón, informamos el fallecimiento de doña Sara Waigandt a la venerable edad de 102 años. Casi tres años después de compartir su historia con nuestros lectores, su partida deja un vacío que solo puede llenarse recordando los momentos compartidos y aprendizajes dejados por esta mujer ejemplar.
Doña Sara, nacida en 1921 en Don Cristóbal, cerca de Aranguren, creció en un hogar humilde junto a diez hermanos. Su vida fue marcada por la humildad y la dedicación a la familia. Al llegar a Crespo en 1947, se estableció junto a las vías del tren, donde vivió hasta su último suspiro, en la calle Cepeda casi Laurencena. Una casa confortable, construida por uno de sus hijos, fue testigo de sus días, reemplazando aquel ranchito que ocupó en sus primeros años en la ciudad.
Su existencia estuvo tejida con sacrificios. Trabajó incansablemente, ordeñando a mano en tambos y deschalando maíz, para asegurar el sustento de sus cinco primeros hijos, fruto de una primera unión donde la paternidad no dejó su apellido. Posteriormente, con su segunda pareja, amplió su familia a otros cinco hijos, consolidando una numerosa progenie.
En nuestra entrevista, doña Sara compartió su perspectiva sobre la longevidad y la felicidad. Afirmó no sentirse vieja, atribuyendo su bienestar al trabajo, una alimentación adecuada, y su rechazo al tabaco y el alcohol. Su vida le regaló descendencia en forma de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, convirtiéndose en matriarca de una extensa familia.
La longevidad, no obstante, no estuvo exenta de desafíos. Doña Sara experimentó la pérdida de amigos y, dolorosamente, de algunos de sus propios hijos. Ahora, esas mismas personas, que partieron antes que ella, seguramente le abrirán las puertas del cielo para que descanse en paz.