¿Accidentes o negligencia de los conductores?
Victoria.- Una serie de casas de fin de semana y muchas de ellas ocupadas con regularidad por turistas, están en el ojo de la tormenta de una de las arterias con mayor pendiente de la ciudad: Boulevard Rivadavia. Divididas solamente por una angosta calle que desemboca en la Costanera Pedro Radío, allí, a pesar de los semáforos, el hermoseado del cantero central y un asfalto en perfectas condiciones, no suele respetarse la velocidad. Incluso hasta el más prudente conductor no puede evitar el impulso que cobra el vehículo al descender por esa bajada donde rápidamente sobrepasará las velocidades legales del ejido.
Un tercer accidente que impactó en una de estas propiedades, muestra que ni siquiera los reductores de velocidad (pianitos) que se hicieron sirven para detener la furia de un vehículo de gran porte. Menos aquel camión que cumplió los vaticinios de quienes alguna vez se animaron a decir aquella frase hipotética: “si a alguien le fallan los frenos, se estrola contra la casa”.
Han pasado un par de años de aquel incidente, hubo otro de menos implicancias, pero este último, ocurrido apenas una semana atrás, muestra que si ese día los frenos nos juegan una mala pasada, quien esté bajando por Rivadavia tiene grandes chances de impactar contra alguna de esas propiedades.
Cierta vez en otra entrevista que hicimos con el personal de Accidentología Vial de la Policía, nos hicieron esta salvedad, que bien vale aplicar para un sinnúmero de situaciones donde la prensa coloca el término accidente (algo fortuito y no premeditado) cuando en gran número de ocasiones estamos frente a la pura negligencia de quienes, sabiendo de los riesgos que enfrentan en determinadas calles, no respetan la mano, circulan a velocidades no permitidas, sin casco, sin luces, sin espejos, sin seguro, alcoholizados, contramano, y la lista sigue.
Recordemos aquel proyecto que presentaron a mediados del año 2000 concejales del Justicialismo (cuando esa referencia alcanzaba para indicar la posición política del hoy llamado Frente de Todos), se aprobó y puso en vigencia una serie de espejos convexos en puntos ciegos de la ciudad. Esta implementación no solamente evitaba choques en las tradicionales y centenarias ochavas del casco histórico, prácticamente era una solución de mínimo mantenimiento. Sin embargo, nadie del oficialismo o la oposición siguientes los tuvo en consideración.
Consultando artículos anteriores publicados por nuestro medio, encontramos que desde 2004 (un año después de la inauguración de la Unión Vial con Rosario) los accidentes con motocicletas dentro de la ciudad han sido prácticamente la mitad. Pero ese dato fue creciendo conforme pasaron los años, descendiendo el número de autos, y paralelamente incrementándose los incidentes de gravedad en colisiones protagonizadas por motociclistas o donde estos conductores intervinieron como víctimas. Hacemos esta salvedad porque más de un propietario de motovehículo, no tuvo la culpa del chasco que se llevó; además, las estadísticas no hacen un seguimiento del nivel de daño que provoca en los seres humanos que son hospitalizados por choques. Incluso la policía tiene que salir a aclarar, cada tanto, partes informativos donde colocó la referencia ‘daños menores’ y estamos frente a una fractura expuesta. Citamos este caso precisamente porque el damnificado llegó hasta nuestra redacción a increparnos por la imprecisión de la información que habíamos replicado.
No hay una política de Estado, tanto local como provincial sobre el tránsito y la seguridad que debe tener una ciudad caracterizada como turística. A esta altura no estamos descubriendo la pólvora con este argumento, pero han tenido que ocurrir tragedias, con menores al volante, para que allá en el tiempo, y hace casi una década, se armara una asamblea ciudadana para tratar el tema. Lo que resultó fue un acontecimiento más político que ejecutivo, no se logró nada con eso. Hoy las multas por infracción caen sobre la señora que lleva a su hijo a la escuela, o vuelve de trabajar sin casco, pero al que anda haciendo Willy con la moto, se manda en contramano con otras maniobras de riesgo, el que circula en auto sin seguro, patente, luces modificadas, o el volumen a tope consumiendo alcohol u otras sustancias ilegales, si está dentro de una franja horaria que todos saben ‘no pasa nada’, hay vía libre para hacer lo que cada uno quiera. Sobre todo en inmediaciones de una sala de juego frente al río. Aquí parece resonar aquella frase: prohibido prohibir.
Arrancamos en sitios críticos donde ocurren accidentes, pero rápidamente viramos hacia la responsabilidad humana. Porque si usted no controla los frenos de su vehículo, aunque sea camionero y pueda habérsele pasado ese ítem, las implicancias pueden ser fatales. Para usted y para terceros. Si ese chico que usted le permite andar en moto sin casco y a velocidades no permitidas dentro de la ciudad, se cae, corre riesgo su vida. Acá el Estado no debe pagar la multa de su ausencia, sino cómo estamos educando a quienes queremos para que no llegue el día donde nos lamentemos por su ausencia. Sobran los ejemplos. Y parafraseando al Nano Serrat, jugamos con cosas que no tienen repuesto. Hablemos una vez más sobre seguridad vial, hagamos campañas como las que antes se hacían en escuelas y desde edades pequeñas. Insistamos con el uso del casco dentro de la ciudad, pongamos multas a infractores, señalicemos mejor cada espacio crítico, retomemos el uso de aquellos espejos convexos que tan útiles fueron, exijamos que en la zona costera haya controles los fines de semana, planifiquemos una ciudad que respete al peatón, obligue al propietario de un vehículo a ajustarse a la ley, insistamos a nuestros hijos que usen el casco, y dejemos de mirar para otro lado cuando nos hablan de actitudes meramente recaudatorias. Hoy lamentablemente, tenemos estos problemas instalados. ¿Quién aceptará algunas de estas críticas y actuará en consecuencia?