A pura anécdota y filosofía chamamecera con Antonio Tarragó Ros
Por Luis Jacobi – Paralelo 32
La noticia acerca del pronunciamiento de la Unesco, declarando al chamamé Patrimonio Intangible de la Humanidad, fue un buen pretexto para hablar con uno de los próceres de nuestra música nativa, Antonio Tarragó Ros.
— ¿Qué significa, cultural y antropológicamente, el chamamé?
_Los medios lo encararon como que es una danza más y las danzas folclóricas son mucho más que eso. Con el chamamé nosotros aprendimos los detalles de nuestra esencia, nuestro pasado y nuestro futuro, porque de eso se trata la tradición, que tanto descartan y tiran para afuera los vendedores de artículos. Una cultura, una tradición, es duradera, y una cosa que te dura para siempre no le sirve para nada al que vende y el mercado ha dejado pocas cosas afuera.
— Eso hace más difícil su difusión a gran escala comercial, pero ¿de qué estamos hablando?
_ De una música que te enseñan los lugares (canta un estribillo: “Porque he nacido sobre tu suelo, Lucas González quiero evocarte”) ¿Te imaginas a la revista Rolling Stone hablando de Lucas González? A eso lo hace el chamamé. Esos otros no te llevan solo la plata sino que te llevan el alma, y el alma es la esencia de lo que vos sos. Cuando un folclorista te pide que seas lo que vos sos, te está pidiendo eso, lo que decía Shakespeare, ser o no ser, ese es el dilema.
— El chamamé para muchos es una opción dentro de las que hay en la música que son infinitas y para otros es lo suyo, es decir, es la cultura a la que pertenece y no quiere dejar de pertenecer. Lo vemos en la zona con corrientes inmigratorias como la de los alemanes del Volga, fieles a sus tradiciones trasmitidas de generación en generación.
_Cuando escucho eso me emociono, pero cuando los tipos cantan en inglés, música de Los Beatles, los Rolling Stone ¿dónde estaban las familias norteamericanas para arar el suelo? No estaban, pero esos alemanes sí lo hicieron y se enamoraron de esta tierra.
–Lo otro es colonización cultural, no pusieron el cuerpo.
_¡Claro! Hoy se invaden y se toman países sin tirar un solo tiro. Para mí no hay nada más grasa y falto de categoría que aquel que no se anima a ser lo que no es. Porque si vos no te conocés ¿cómo vas a encontrar a Dios adentro tuyo, como vas a encontrar tu mejor versión? Por eso digo que la tradición es la eternidad en la tierra. Tengo unos versos que dicen: “Lo de ser y no ser todo debe volver, es tu hijo quien sos, lo inmortal que hay en vos, y el abuelo es un dios con tu sangre y tu voz”. La única cosa que te continúa es tu hijo.
El chamamé es una gran herramienta nuestra. Los correntinos dicen que es de ellos, yo soy correntino, y los entrerrianos también lo dicen y está bien, porque el chamamé es del que es chamamecero. El mejor acordeonista de chamamé nació en Olivos, Raulito Barboza. ¿Cuántos correntinos hay que se disfrazan de brasileros en los carnavales. Ser correntino no te da chapa de ser chamamecero ni dueño del chamamé?
— El chamamé tiene un arraigo muy antiguo en una vastísima región de sudamerica y lejos de extinguirse se expande. Era necesario este reconocimiento, ¿En qué cambia al nombrarlo Patrimonio de la Humanidad?
_¡¿La Unesco que mierda sabe?! Una vez Maradona y el padre estaban peleados, estaban arriba de un barco pescando en Corrientes y casi no se hablaban; en un momento suena en la radio Kilómetro 11, se abrazaron y lloraron. ¡Eso es el chamamé! El que manejaba el barco tuvo que llamar a la radio para que se lo vuelvan a pasar a Maradona. Tuvo que ponerse él mismo al teléfono porque no lo creían. ¡Diecisiete veces se lo pasaron! Ahora decime si vale más lo de la Unesco o esto.
Te cuento otra, de Santiago Verón (músico chamamecero). Los hijos viven en Buenos Aires. Iban para Corrientes con los nietos de Santiago, por fin de año, le quieren dar una sorpresa, sale la abuela a recibirlos y los gurisitos con guitarra en mano le mandan un chamamé de Cocomarola. Santiago Verón los sube al auto sin que entren a la casa y los lleva al cementerio a la tumba de Cocomarola, los hace tocar de nuevo y grita emocionado con lágrimas en los ojos frente a la tumba: “¡Viste chamigo, estos son mis nietos!”. Eso es el chamamé.
Una gurisa entrerriana de Diamante me llamó y me dijo que cantó “María va” ante el cajón de su papá, porque le pidió que haga eso. Y le cantó como si fuera un rezo, a capela, María va. ¡Eso me honra muchísimo!
— ¿Por qué la cultura del chamamé va mucho más allá de la música misma?
_ Con el chamamé se aprende a honrar a los padres, se aprende a enamorar a una gurisa, porque es un baile de agarre, le olés el pelo mientras estás bailando y la sentís. Cuando entra un chamamé a tu oído te acordás de tu patio, de tu abuelito. Aprendés a rezar, a respetar a los mayores, te hace mejor. Saca lo mejor de mí. Yo le decía a (Juan Alberto) Badía: ¿Cuando escuchás a los Beatles te pasa esto? A los gurises que necesitan fumar un porro o emborracharse para que les guste la música que están escuchando, yo les digo que algo les debe estar faltando a la música que escuchan.
El chamamé es un baile rezo, es un camino de autoconocimiento, te metés adentro tuyo y comprobás que hay cosas que se ven mucho mejor con los ojos cerrados.
–¿Y qué distingue al chamamé tarragosero de los demás, por ejemplo el de Isaco Abitbol o Millán Medina?
_Es la misma cosa, una tarragosero forma parte como de una secta, de una tribu. Se tiene que descubrir ante una dama con su sombrero, jamás habla mal de un compañero, no hace bromas hirientes. Todo eso enseñamos a los chicos, a respetar a sus mayores, que se sienten con su abuelito a escuchar sus historias. No se trata de un estilo musical sino de un estilo de vida.
Ayer estaba armando unas cosas para la Unesco y veo a Santich tocando el acordeón en Cosquín. Ramón Santich, de Santa Elena, era alcohólico y muy buen acordeonista, tenía alumnos inclusive. Cuando iba papá a tocar le decía: “No vayas a venir si estás tomado, porque yo te quiero tanto y me pongo muy triste cuando te veo así”. Santich dejó el alcohol, no volvió a tomar nunca más. Para eso tiene que servir ser tarragosero, para ser mejor, ser generosos, respetuoso con tus pares. Nosotros a veces, los tarragoseros, viajamos 140 o 150 acordeonistas, profesionales que dejan todo para ir a Cosquín a un homenaje a mi papá. En ese colectivo se comparte todo, porque no hay plata. Se llega, se toca y se come lo que se llevó en el colectivo, uno trae unas empanadas, otro unas tortillas y así.
— ¿Hay temas de tu papá en tu repertorio?
_Yo cada vez me voy olvidando más porque soy un autor muy prolífico. Los temas de papá son muy difíciles de tocar, con el acordeón abriendo y cerrando, y son los que más le gustan a la gente. Tocar bien tarragosero no es fácil. Los tarragoseros tocamos el acordeón solo y no necesitamos ni guitarra para tocar, porque con la mano izquierda tocamos el ritmo”. Nuestro entrevistado tiene a mano su verdulera –como siempre, quizás hasta la tenga junto a su cama cuando descansa– y para mostrar cómo tocaba su papá, arremete con un típico ritmo tarragosero que eriza la piel. Cuando termina se disculpa por un tono o un compás errado: “Pasa que estoy tocando con pantalón corto y el fuelle me mascó una pierna. Siempre tocamos con un paño”, justifica entre risas ante quien ni siquiera advirtió el error, si es que lo hubo.